Nació
en Puebla, Pue., el 10 de julio de 1821; falleció
en México, D.F., el 28 de febrero de
1883. Ingresó en la Academia el 11
de septiembre de 1875 como numerario; silla
que ocupó: II (1º). Cargos: Bibliotecario
(1º): 1875-1883; Director (2º): 1877-1883.
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En la lápida
mortuoria de Fray Luis de León se hace
constar, para perpetua memoria, que el Magister,
Frater Luisius, era Peritissimus Divinarum Humanarumque
Artium et Trium Linguarum, conocedor a fondo de
la ciencia de Dios, la teología, y de las
letras humanas y, por lo uno y por lo otro, sabio,
con sabiduría singular, en las lenguas
clásicas, la griega y la romana, y en la
lengua sacra, o sea, la hebrea. Sin el dominio
de estos vehículos de comunicación
no se puede ser escriturario, intérprete
por tanto, de la palabra de Dios, ni se puede
expresar con certidumbre, llaneza, precisión
y elegancia, el propio pensamiento. Pero esto
no quiere decir, de ninguna manera, que la palabra
castellana no sea un digno instrumento de difusión
de las verdades, la divina y la humana.
"A los que dicen que no
leen aquestos mis libros [dice Fray Luis, citado
por Arango y Escandón en su meritísima
obra sobre este escritor, página 163] por
estar en romance, y que en latín los leyeran,
se les responde que les debe poco su lengua, pues
por ella aborrecen lo que, si estuviera en otra,
tuvieran por bueno. Y no sé yo de dónde
les nace el estar mal con ella, que ni ella lo
merece, ni ellos saben tanto de la latina, que
no sepan más de la suya, por poco que della
sepan, como de hecho saben della poquísimo
muchos. Y de éstos son los que dicen que
no hablo en romance, porque no hablo desatadamente
y sin orden; y porque pongo en las palabras concierto
y las escojo, y les doy su lugar. Porque piensan
que hablar romance es hablar como se habla en
el vulgo y no conocen que el bien hablar no es
común, sino negocio de particular juicio,
ansí en lo que se dice, como en la manera
como se dice. Y negocio que de las palabras que
todos hablan, elige las que convienen y mira el
sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras,
y las pesa y las mide, y las compone para que
no solamente digan con claridad lo que se pretende
decir, sino también con armonía
y dulzura."
Arango y Escandón está
indisolublemente unido a Fray Luis, lo cual, a
más de ser una positiva realidad de harta
valía, en las letras castellanas, es para
nosotros, sus compatriotas y, nombrada y señaladamente
para la Academia Mexicana, una honra muy particular.
La severa disciplina humanística, adquirida
con interés y complacencia de su parte,
en instituciones europeas desde su temprana juventud,
hizo de él una vez asimilada en plenitud,
un varón insigne, representante titulado
y, por el mismo caso, comunicativo, de la cultura
en México allá en los comienzos
de la segunda mitad del siglo XIX. Traductor de
obras del francés y del italiano, notable
latinista, poeta religioso, amante consciente
de todas las manifestaciones de cultura, impulsor
de los estudios de las lenguas muertas en que
se escribieron los libros, testimonio viviente
de nuestro ser y figura, son las características,
de nombradía imperecedera, que fuerza es
considerar como las razones de nuestra honra,
la cual honra, intelectual como es, fuerza es,
también, corresponder honrándolo
a él intelectualmente.
Y nada mejor, para este fin,
que celebrar su amor a la lengua castellana, manifestado
magistralmente en sus hondas, exhaustivas reflexiones,
preñadas de sustancia, de prudentes conjeturas
y de penetrantes juicios, con que desentrañó
la personalidad de fray Luis de León en
su libro, modelo de investigación y de
crítica literaria, en que estudió
los antecedentes, concomitantes y consecuentes
del enjuiciamiento con el que los envidiosos quisieron
perder al insigne maestro de Salamanca, teólogo
eminente, acusándolo de hereje y de hebraizante.
Y justamente porque Fray Luis fue helenista, latinista
y hebraísta, tuvo un conocimiento completo
de las raíces del romance, o sea, de la
lengua castellana, por consiguiente de los matices
varios de la significación de las palabras,
y, para los menesteres de la claridad de las ideas,
de la precisión de conceptos y, por tanto,
de la adecuada comunicación entre maestros
y discípulos, entre escritores y lectores,
tuvo un conocimiento cabal del influjo de unos
autores sobre otros, de las relaciones doctrinarias
entre los representantes de las diferentes escuelas
y, sobre todo, tuvo un conocimiento tan amplio,
como quizás nadie lo ha logrado hasta ahora,
y eso que han pasado cuatro siglos, de los modos
persuasivos, hechos de sencillez y, a un tiempo,
de elegancia y galanura, de usar el discurso,
tanto en prosa como en poesía. "Resplandecen
en él -dice Arango y Escandón- en
alto grado calor y ternura de sentimientos, fuerza
y lozanía de imaginación, elevación
de pensamientos y, en suma, cuantas dotes forman
un poeta eminente... A ese espíritu pagaron
tributo, cuando no todos, los más de los
grandes ingenios españoles de aquella época,
y él es el distintivo principal de la literatura
castellana en esos días."
Abogado, funcionario público,
benefactor, fue don Alejandro, pero siempre, y
en toda circunstancia, un hombre de letras, y
en esta calidad, el escritor afiliado al número
copioso de admiradores de Fray Luis, pero descollando
como de los más informados, de los más
fieles y de los de mayor vecindad. Su libro, publicado
primero en La Cruz, revista católica de
la época, fue editado diez años
más tarde, en 1866, en la Imprenta de Andrade
y Escalante.
Los franceses dicen que la nobleza obliga, y dicen
verdad. Ridiéndonos a ella y correspondiéndola,
noble empeño, y noble realización
de este empeño, por tanto, sería
reeditar esa obra maestra de Don Alejandro con
lo que, honrándolo, nos honramos. Admirador,
seguidor fiel de Fray Luis, y unido a éste
en la historia de la literatura castellana, podría
definirse con exactitud a Don Alejandro Arango
y Escandón.
Fuente:
Jesús Guisa y Azevedo
Semblanzas de Académicos. Ediciones
del Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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