Nació
en Jonacatepec, Mor., el 28 de agosto de 1870;
falleció en México, D.F., el
30 de marzo de 1954. Ingresó en la
Academia el 18 de abril de 1952 como numerario;
silla que ocupó: XV (3º).
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Nació
en Jonacatepec, estado de Morelos, el año
de 1870, hijo de don José Hermenegildo
Aragón y de doña Victoriana León.
Hizo, cuando menos en parte, la instrucción
elemental con don Cándido Díaz,
filipino mestizo, hijo de un capitán del
ejército español nacido en Granada
y de una tagala de las Islas Visayas, y que poseía
sólida instrucción adquirida de
los jesuitas en Manila y Hong Kong.
Don Agustín ingresó a la Preparatoria
el año de 1884. Su avidez intelectual,
su pasión por saber más le impulsaba
a seguir ramas de conocimiento aparentemente diferentes
y dispersas. Cursó durante dos años
Medicina; estudió Derecho Mercantil y Constitucional
en la Escuela de Comercio, y en la de Jurisprudencia
Derecho Penal, pero al fin ingresó en la
Escuela Nacional de Ingenieros, donde obtuvo los
títulos de topógrafo e hidrógrafo,
y después los de Astronomía, Geografía
y Geodesia, Minería y Mecánica.
Si de ingeniero fue su título profesional,
si la ingeniería fue su profesión,
no fue su vocación. De aquélla lo
que más le importaba eran las matemáticas,
y, más que las matemáticas, lo que
éstas tenían como fundamento filosófico
de acuerdo con Cote, a cuyas doctrinas fue siempre
fiel.
Fue profesor por oposición en la cátedra
de Mecánica y Cosmografía en la
Escuela Preparatoria. En la Escuela de Ingenieros
dictó las cátedras de Matemáticas
superiores y de Economía política.
En el Colegio Militar la de Física experimental.
En la de Agricultura y Veterinaria, de la que
fue director, enseñó Meteorología,
Climatología e Historia Natural agrícola
del ganado mayor y menor.
Fue muy estimado en la administración del
general Porfirio Díaz. Colaboró
en la obra monumental llamada México y
su evolución social. En el Congreso fue
diputado por su tierra natal. En la comisión
de límites entre México y Estados
Unidos trazó el paralelo 37º 47 de latitud,
frontera de nuestro país según el
tratado de La Mesilla. Más tarde se distanció
del gobierno, a pesar de que, de acuerdo con el
pensamiento filosófico de principios de
siglo, era considerado en teoría como perfecto.
Su vida pudo estar ensombrecida, cuando por cambios
de ideas filosóficas paralelas a cambios
de ideas políticas, el positivismo era
objeto de duros ataques. Se repetía que
la ciencia elaborada según ese plan en
México, "estaba reducida a una enseñanza
muerta" y era como elemento mágico
dentro de la política del Partido Científico.
Entabló célebre disputa con el Ateneo
de la Juventud, en el que actuaban Antonio Caso,
Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña,
José Vasconcelos, Alfonso Cravioto y otros.
La Revista Positiva editada por don Agustín
contenía una serie de artículos
en que se pedía la supresión de
la Universidad recién fundada, cuyos fines
y estructura no estaban acordes con el pensamiento
comtiano. Se le refutó en largos escritos
en los que campeaba un estilo duro y agresivo.
Téngase en cuenta que en 1912 era el estilo
que se usaba, en la prensa, en la tribuna y aun
en la cátedra. Don Agustín, impasible,
sereno, permanecía inmune a los ataques
a su pensamiento filosófico y siguió
su conducta con una lealtad para consigo mismo
que muerto le honra.
Su vida intelectual siguió tan intensa
como siempre, aunque fue ajeno, oficialmente,
a las actividades universitarias.
Ingresó a la Academia Mexicana en calidad
de correspondiente el año de 1939, y pasó
a miembro de número el 6 de mayo de 1947.
Su discurso se intituló El habla popular
en mi comarca, modelo de estudio en su género,
por su precisión y claridad. Por cierto
que en su discurso menciona, como de paso, un
nuevo poder en el ámbito científico
y social, la pedantocracia.
Repetía que lo característico del
habla real es, o debe ser, que la entienda todo
el mundo. "No hablamos ni escribimos para
quienes lo hacemos, sino para otros; y lo esencial
en las relaciones sociales es que se nos comprenda.
La creación de las palabras nuevas, de
los términos que faltan, mana de la espontaneidad
popular, porque el idioma, como la moneda, sirve
a todos, y todos cooperamos a formarlo y enriquecerlo
si la necesidad de efectuarlo está claramente
manifiesta... Aplaudo y secundo el empeño
de las respetables academias en su tentativa de
atajar un daño efectivo e innecesario;
ya que abundan las innovaciones cursis, los estériles
fanatismos, los odios encendidos, los agitadores
que perturban con sus gritos en las plazuelas;
y que, asimismo, frente a las piquetas demoledoras,
debemos presentar las excelencias de nuestra cultura
en los más variados aspectos de la vida
social y ciudadana mayormente..."
"Nuestro rico idioma -dice más adelante-
conserva la fraternidad con el resto de la América
Española y con España. A tales herederos
fervientes en el Nuevo Mundo del hablar castellano,
quisiera dirigir una alabanza idónea para
conmoverlos, o de acentos en armonía con
sus comuniones fraternales, para que sintiesen
mi cálido espíritu simpático
y el anhelo cordial mío de que no."
Fuente:
Miguel
León-Portilla. Semblanzas de académicos.
Academia Mexicana de la Lengua. 1975.
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GOBIERNO
DEL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE MORELOS
UNIVERSIDAD
VIRTUAL ALFONSINA
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