Nació en Orizaba, Ver., el 29 de diciembre
de 1803; falleció en México,
D.F., 11 de noviembre de 1862.
Categoría: Correspondiente mexicano
de la Real Academia Española. |
Hasta
el año actual, no figura en ninguna relación
de la Academia Mexicana de la Lengua el nombre
de José Bernardo Couto, y si se tiene en
cuenta que la institución fue fundada en
1875 por modo definitivo, parece natural que así
sea, toda vez que tan ilustre mexicano, nacido
en 1803, falleció en 1862. Al proyectar
últimamente la Academia una semblanza de
sus individuos desaparecidos, se tuvo el acierto,
sin embargo, de hacer figurar el nombre de Couto.
En realidad, nuestra centenaria corporación
tiene dos antecedentes que si efímeros
por la época convulsa en que nacieron y
funcionaron, fueron respetables por el rango de
sus miembros. Dice al respecto José Rojas
Garcidueñas en su breve pero magnífico
estudio Don José Bernardo Couto: "Durante
su último gobierno, el presidente Santa
Anna restableció la Academia Mexicana de
la Lengua, que había sido creada en 1835
y luego quedó de hecho extinta. Al restablecerla,
por decreto de 24 de enero de 1854, figuró
entre sus miembros de número don José
Bernardo Couto. En calidad de presidente interino,
mientras la Academia se organizaba y podía
elegir a sus directores, se nombró al señor
don José Gómez de la Cortina. El
primer cuidado de la Academia fue el de hacer
su reglamento, y parece que la revisión
del mismo, o acaso su redacción definitiva,
le fue encomendada al señor Couto... etc.,
etc." Santa Anna huyó de la capital
rumbo al extranjero el 9 de agosto de 1855, frente
a la triunfante revolución de Ayutla, y
concluyó la Academia. Pero lo fue en su
más cabal dimensión, al igual que
la de 1835, y parece legítimo que la nuestra,
en su centenario, no olvide nombres de tanta y
tan noble significación como el de Couto.
Si no lo adornasen los títulos de escritor,
crítico de arte, jurisconsulto, diplomático
y fundador de varias instituciones de cuyos frutos
goza hoy mismo el país -todo con un patriotismo
y una excelencia impares- le bastaría para
merecer el más justo, el más conmovido
reconocimiento de los mexicanos su ardua intervención
en los Tratados de Paz de Guadalupe, en 1848,
en instante en que había que discutir con
inteligencia y con valor excepcionales, al vencedor
extranjero inmensos pedazos de territorio patrio.
Estábamos derrotados y a la hora de la
derrota no dan la cara caudillejos ni oportunistas.
Para llegar al acuerdo a que se llegó y
para firmar lo que había que firmar, se
necesitaban almas preclaras. Ni jacobinos ni conservadores
entendieron tan inmenso patriotismo.
Este moderado que no militó en ninguna
facción política y cuya humana calidad
abonan los extremados de uno y otro bando, académico
de la Lengua en 1854 y fundador de la nueva Academia
de Bellas Artes, enamorado de la pintura mexicna
fue, también y por descontado, un escritor
de sobria y castiza prosa. Trajo a México
a ingenios y influirían determinantemente
en la expresión nacional y entre los cuales
cabe mencionar a Pelegrín Clavé,
a Eugenio Landesio, a Jorge Agustín Periam.
Muchas raíces de nuestra moderna pintura
beben en las esencias de aquellos pinceles.
Como escritor, el exigente Menéndez y Pelayo
elogió sin ambages su Discurso sobre la
constitución de la Iglesia. Escribió,
entre otras páginas, la Biografía
de Don Manuel Carpio, los cuentos La mulata de
Córdoba y La historia de un peso y muchas
sobre diversos temas en los tres años que
duró la publicación del Diccionario
de Historia y Geografía (1853-1856). Pero
su obra más lograda, así por el
dominio del tema vernáculo como por su
autoridad, lo fue un trabajo que a la fecha impone
la consulta: su Diálogo sobre la historia
de la pintura en México, libro clásico,
el único entre los suyos accesible hoy
en día.
Por simple razón de historia, es obvia
la existencia de una Academia Mexicana de la Lengua,
precursora de la nuestra, en la cual figuró
como individuo de Número José Bernardo
Couto, Corresponsal, por otra parte, de la Real
Española.
Mauricio Magdaleno
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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