Nació en Colima, Col., el 31 de marzo
de 1866; falleció en México,
D.F., el 2 de octubre de 1951.
Ingresó en la Academia el 23 de julio
de 1930 como numerario; silla que ocupó:
XV (2º). |
Balbino
Dávalos y Ponce. Nació en Colima,
el 31 de marzo de 1866; murió en México,
el 2 de octubre de 1951. Después de sus
primeras letras estuvo algún tiempo en
el Seminario Conciliar, donde adquirió
sólidas bases para el dominio del latín
y del griego. Vino a México muy joven,
prosiguió sus estudios y tuvo el título
de Licenciado en Derecho.
En 1888 trabajaba como traductor
de un diario, pero ya estaba relacionado con jóvenes
que cultivaban las letras, formando parte del
Liceo Mexicano. Poco más tarde inició
sus actividades magisteriales, como profesor de
latín y de literatura en la Escuela Preparatoria.
De 1897 a 1905 estuvo empleado en la Secretaría
de Relaciones Exteriores; allí fue secretario
particular de don Ignacio Mariscal, Titular de
esa Secretaría.
El 22 de septiembre de 1905
ingresó al Servicio Diplomático,
comenzando una carrera que habría de seguir
17 años. Fue enviado a Washington; allí,
y luego en Londres, quedó en temporadas
como Encargado de Negocios ad interim; igual cargo
tuvo en Lisboa, en 1910; después de un
incidente burocrático, fue designado Encargado
de Negocios ad hoc, también ante el Gobierno
de Portugal. Su primera Legación la ocupó
en 1914, y fue el último Ministro mexicano
que presentó credenciales al Zar de Rusia.
Tras un paréntesis, por los cambios de
gobiernos durante nuestra revolución, reingresó
al Servicio en 1920; fue Ministro de México
en Alemania y después en Suecia. En junio
de 1922 quedó en disponibilidad y realmente
allí terminó su carrera diplomática.
En los años de 1917 a
1919 fue profesor en la universidades norteamericanas
de Minnessota y de Columbia. Luego, estuvo en
el Instituto Científico y Literario, en
Toluca, y después, fugazmente, ocupó
la Rectoría de la Universidad Nacional
de México, que dejó para reingresar
al Servicio Diplomático. Cuando dejó
éste, algún tiempo después,
regresó a tareas magisteriales, especialmente
en la Facultad de Filosofía y Letras, hasta
pocos años antes de morir.
En tres grandes partes o secciones
se distribuye y debe estudiarse la obra literaria
de Balbino Dávalos: las traducciones, la
filología latina y su obra lírica.
Su arte de traductor ha sido
largamente elogiado, sin duda con justicia, y
lo ejerció toda su vida; sólo tratando
de las obras más importantes y publicadas,
tenemos: en 1898 tradujo Afrodita de Pierre Louys;
dos años después, Relato de una
hermana, de Mme. Craven; luego, una traducción
rítmica, muy loada, de Monna Vanna, de
Maeterlinck; el México desconocido, de
Lumholtz, y obras menores. En 1913 publicó,
en Lisboa, Musas de Francia, con traducciones
de Th. Gautier, Leconte de Lisle, Baudelaire,
Coppée, Verlaine, Augier, Samain, de Regnier,
Auguste Génin y siete y ocho nombres más.
Similar, muchos años después, en
México, salió Musas de Albión,
con traducciones de Suckling, Shelley, Byron,
Keats, Elizabeth Browning, Dante Gabriel Rossetti
y Christina Rossetti, Swinburne, Oscar Wilde,
Kipling, etc., y de norteamericanos: Longfellow,
Poe, Stoddard, Beach y cinco o seis más.
Pero también tradujo a Antero de Quental
y otros del portugués y a varios del italiano,
además de autores clásicos griegos
y latinos.
Su gusto y sabiduría
del latín se muestra en dos principales
estudios: Ensayo de crítica literaria,
México, 1901, de unas cien páginas,
para servir de prólogo a la traducción
de las Odas de Horacio que hizo don Joaquín
Casasús, pero también publicado
aparte, en un limpio folleto con tiro de 400 ejemplares.
El otro estudio es: La rima en la antigua poesía
clásica romana, que fue su discurso de
presentación en la Academia Mexicana, leído
el 23 de julio de 1930, que rectifica algunos
viejos principios sobre la acentuación
de los versos latinos, variantes de las sílabas
tónicas, etc., en fin, un muy importante
ensayo que el latinista podrá aquilatar
y que demuestra, por lo menos, los profundos conocimientos
que tuvo Balbino Dávalos de la lengua y
poetas de la Roma antigua.
En cuanto a su propia obra lírica,
ésta se condensa casi exclusivamente en
su volumen: Las ofrendas. Al ensueño y
al amor. A la vida. Al arte, Tip. de la Rev. de
Archivos, Madrid, 1909. Reúne allí
versos fechados desde 1880 hasta marzo de 1909,
es decir, desde algunos que son de su primera
juventud hasta otros de su plena madurez; es,
pues, una compilación o selección
que sólo corresponde al propio gusto del
autor y que lo revela. No es de extrañar
que haya poemas de las más diversas tendencias
y de muy variadas calidades. A pesar de tan difíciles
condiciones, el volumen muestra un poeta de aliento
contenido pero de gran corrección y gusto
por el verso cuidado y trabajado. Diversos historiadores
y críticos han escrito sobre este poeta;
muy probablemente el mejor juicio sobre él
sigue siendo el que Rubén Darío
-que por su extensión irreductible no podríamos
transcribir- dejó entre sus Semblanzas,
en la que dedicó, con gran generosidad
y afecto, a Balbino Dávalos.
Fuente:
José Rojas Garcidueñas
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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