Nació en Veracruz, Ver., el 14 de diciembre
de 1853; falleció en Veracruz, Ver.,
el 12 de junio de 1928. Categoría:
Correspondiente mexicano. |
Nació
el 14 de diciembre de 1853 en el puerto de Veracruz.
Su educación fue irregular y acabó
por ser la de un autodidacto. Las primeras letras
las recibió de su padre, el poeta y político
Manuel Díaz Mirón; fue luego a la
escuela dirigida por Manuel Díaz Costa,
y en 1865 siguió por algo más de
un año los estudios preparatorios en el
Seminario de Jalapa. Reacio a cualquier disciplina,
volvió a Veracruz, donde su primo, Domingo
Díaz Tamariz, mayor que él y de
considerable cultura, alentó y guió
su formación literaria.
A su pasión por la lectura
el adolescente sumaba otras aficiones: la natación,
la cacería y las armas, siempre buscando
el mayor riesgo. Pronto surgió también
el interés por las luchas sociales y políticas
a través del periodismo, en el que se inició
desde los catorce años. Hacia 1872, para
alejarlo de la agresividad de la pandilla juvenil
que comandaba, su padre lo envió a los
Estados Unidos. Cuando volvió a Veracruz,
a pesar del desorden de sus estudios, hablaba
ya inglés y francés y tenía
nociones de latín y de griego. Y aunque
su afición por el revólver y su
supremo ejercicio, los duelos para salvar el honor,
se han vuelto consubstanciales con su temperamento,
por estos años (1874) comienza a interesarse
seriamente en la poesía. Como consecuencia
de una campaña periodística sobre
cuestiones políticas locales, en 1876 pasa
algún tiempo exiliado voluntariamente,
de nuevo en los Estados Unidos. A su regreso,
prosigue el periodismo político, criticando
al gobierno, y gracias a la popularidad que ha
obtenido y a su naciente fama como poeta, es electo
diputado local en 1878, y se traslada a Orizaba,
sede por entonces del gobierno veracruzano. Un
primer incidente de violencia, el de Martín
López, le deja a los veinticinco años
el brazo izquierdo deformado e inútil,
y exacerba su convicción de que un arma
al menos es indispensable para la protección
del honor de un inválido.
El fusilamiento, en 1879, de
un grupo de supuestos conspiradores movió
al diputado y periodista Díaz Mirón
a publicar un artículo explosivo condenando
el crimen y retando públicamente a duelo
al gobernador. En 1881 casó con Genoveva
Acea Remond y comenzó a trabajar en la
agencia veracruzana del Banco Nacional de México,
pero la felicidad del hogar no aquietó
su violencia. En mayo de 1883, por una pendencia
insignificante, dio muerte al tendero Leandro
Llada, que lo había golpeado. Fue absuelto,
alegando legítima defensa, pero tuvo que
abandonar su trabajo y se dedicó por entero
a la política y a la poesía. Por
estos años deja lamentos y melancolías
sentimentales, recibe la influencia del Víctor
Hugo combativo, y sus versos corresponden a aquella
dureza altiva que había adoptado en su
vida. Una vez más, es elegido diputado,
ahora al Congreso de la Unión, y la tribuna
nacional va a permitirle alcanzar uno de sus momentos
más brillantes, al intervenir con vehemencia
en la discusión de la Deuda Inglesa, a
fines de 1884. Por un momento, vive convencido
de que su misión es ser apóstol
y el mártir de la redención social.
Pero cuando el general Díaz volvió
a la presidencia, después del intermedio
de Manuel González, Díaz Mirón
no fue reelecto, y cuando dos años más
tarde volvió a la Cámara, fue para
hundirse en silencio y apatía, sólo
interrumpidos una vez más para apoyar la
ampliación del mandato presidencial. Mas
a pesar de que su fama como poeta aumentaba y
en 1886 se publica la primera recopilación
de sus versos (El Parnaso Mexicano, México),
durante el periodo que permanece fuera de la Cámara
se exacerba su agresividad. Cuatro incidentes
violentos más ocurren y acaban en duelos
y disputas originados por una mirada despectiva
o fricciones sin importancia. Y en 1892 choca
con Lino Tenorio, jefe de los estibadores aduanales,
que parece haber sido el único contrincante
que logró atemorizarlo. A mediados de 1892,
poco antes de las elecciones para diputados en
las que era candidato, ocurre el séptimo
y uno de los más graves incidentes, en
el que Díaz Mirón mata por segunda
vez, ahora a Federico Wólter. A pesar de
que alega una vez más una legítima
defensa, permaneció en prisión cuatro
años, decisivos para la maduración
de su poesía. Poco después de su
libertad, se instala en Jalapa y pasa allí
uno de sus períodos más tranquilos
y fecundos.
En 1901 se publicó en
esa misma capital, en la Tipografía del
Gobierno del Estado, su único libro autorizado,
Lascas, una de las más notables obras poéticas
mexicanas, que le valió también
su rehabilitación pública. El producto
de su venta, quince mil pesos, fue donado para
equipar la Biblioteca del Colegio Preparatorio
de Jalapa. Poco antes, en 1900, Díaz Mirón
había retornado a la Cámara de Diputados.
Los años siguientes fueron de relativa
tranquilidad, compartidos entre la inerte diputación
y el disfrute del prestigio poético.
Por estos años, la Academia
Mexicana lo elige académico Correspondiente,
aunque nunca llega a ocupar un sillón de
Número.
En 1908 participó en
movimientos políticos locales, al parecer
aspirando a la gubernatura del estado y, a mediados
de 1910, su reciente enemistad con el gobernador
Dehesa lo llevó a un incidente ridículo,
al pretender batir al forajido o guerrillero Santanón.
Pasadas las fiestas del Centenario, en las que
intervino con una composición de poco brillo,
tuvo una reyerta en la Cámara de Diputados
con Juan C. Chapital, por lo cual fue desaforado
y permaneció preso cinco meses en la antigua
cárcel de Belén. Se ha dicho que
la Revolución, iniciada por entonces, le
devolvió la libertad y lo reintegró
a la Cámara. Sin embargo, Díaz Mirón,
que poco antes había atacado a Madero,
dejó la representación al suplente
y partió a Jalapa, donde se le había
nombrado director del Colegio Preparatorio. Allá
permaneció, entregado a su nueva vocación
magisterial, hasta que ocurrió el asesinato
del presidente Madero y, meses después,
la muerte de la esposa del poeta. Regresó
entonces a la capital decidido a colaborar con
el usurpador, volvió a su curul y se le
confió la dirección de El Imparcial,
en el que escribió abyectos artículos
en elogio de Huerta. Cuando éste abandono
la capital, Díaz Mirón salió
también hacia Veracruz y luego a España
y a Cuba, donde permaneció hasta 1919.
Una orden de Carranza lo autorizó a volver
a México. Se instaló en Veracruz,
rehuyó la ayuda oficial que se le ofreció
y llevó una vida monótona y discreta
de viejo porteño.
En 1927, cuando contaba ya setenta
y cuatro años, fue nombrado director y
profesor de literatura y de historia del Colegio
Preparatorio de Veracruz. El maestro cautivaba
a sus alumnos, pero aquel renacimiento espiritual
se vio interrumpido por el noveno y último
incidente de violencia. El alumno Carlos Ulibarri
reaccionó a una reprimenda con un gesto
amenazador para el maestro, lo que provocó
que éste lo golpeara en la cabeza con un
revólver. Dimitió a su cargo, amargado
por aquel acto. A principios de 1928 comenzó
a sentirse enfermo, y el 12 de junio de 1928 murió
en Veracruz.
Acaso no sean tan contradictorios
como a primera vista parecerían, la vida
y el arte de Salvador Díaz Mirón.
Aquellas reglas frenéticas que dominaron
y arruinaron su vida fueron también las
que impuso a su obra, que llegó a pulir
con ambición y obsesión a veces
pueriles en busca de una perfección inmaculada,
y la altivez y la energía de algunos de
sus versos están acordes con el temple
de su vida. Lo extraño es, sin embargo,
que este hombre violento y arrogante sea, al mismo
tiempo, un poeta auténtico que escribía
en ocasiones poemas admirables y conmovedores.
El rigor formal, que acentuó
a partir de su prisión de 1892, puede producir
normalmente sólo versos eufónicos
y obstáculos cuya superación deben
apreciar los tratadistas. Lo singular es que en
los poemas memorables de Díaz Mirón,
este afán de perfección, cercano
a la vez al ahorro y a la elegancia latinos y
al esplendor verbal de los poetas parnasistas,
expresaba al mismo tiempo una intensidad emotiva,
un admirable dibujo de la naturaleza, imágenes
que parecen insuperables y aun un temblor ante
el misterio. Y no puede afirmarse que el énfasis
declamatorio de poemas de la primera época,
como "A Byron" o "Víctor
Hugo", dominen estos años en los que
también compuso poemas de tan delicado
registro de sentimientos como “Toque”.
Ciertamente, los mejores poemas de Lascas, como
“El muerto”, “El fantasma”,
“Beatus ille” y “A una araucaria”,
siguen más bien una melodía interiorizada,
de estirpe clásica. Pero, de nuevo, en
uno de sus poemas de la última época,
“Al chorro del estanque...”, se da
un singular encuentro entre la expresión
enfática, de brillos acelerados, y el análisis
de cuestión tan sutil como la lucha del
poeta con sus creaciones. Poeta de contradicciones,
contrastes y extrañezas, y en el que se
alternan poemas del peor gusto con algunos de
los momentos de más puro e intenso lirismo,
Díaz Mirón es un caso excepcional
y uno de los poetas mayores de la América
hispánica.
Fuente:
José Luis Martínez
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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