Nació en Atlacomulco, Méx.,
el 29 de junio de 1882; falleció en
Cuernavaca, Mor., 12 de agosto de 1964. Ingresó
en la Academia el 23 de septiembre de 1953
como numerario; silla que ocupó: XXVI
(1º) |
Isidro
Fabela. Nació en Atlacomulco, Méx.,
el 29 de junio de 1882; falleció en Cuernavaca,
Mor., 12 de agosto de 1964.
Hizo sus estudios profesionales
en la ciudad de México, en la Facultad
de Derecho, y se recibió de abogado en
1908. Fue Miembro Correspondiente de la Academia
Mexicana de la Lengua desde el 20 de septiembre
de 1950. Como Académico de Número
desde el 14 de noviembre de 1952, fue el primero
en ocupar la Silla XXVI. Su discurso de ingreso,
Don Quijote, una impresión, lo pronunció
el 23 de septiembre de 1953. Le contestó
el académico Alfonso Cravioto. La Academia
contó siempre con sus luces de jurista
y humanista, y la afable y sonriente convivialidad
de su persona. Pensaba siempre en nuestra lengua
como algo vivo y dinámico. Pero al mismo
tiempo le preocupaba el que, sin perder ella su
libertad, sin dejar de renovarse, mantuviese su
unidad. Ilustrativa al respecto, su ponencia ante
el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española
(México, 1951): "Unidad y defensa
del idioma español".
Múltiples fueron las
labores en las que con señorío y
saber se desempeñó. Cabe hacer destacar
las del hombre de letras, lingüista y filólogo,
orador, periodista, ensayista, crítico
de arte, historiador, pensador político
y social, diplomático e internacionalista,
político y gobernante y, finalmente, las
del educador.
En el campo de las letras hay
que recordar sus cuentos reunidos con el título
de La tristeza del amo (Madrid, 2ª ed. 1916);
¡Pueblecito mío! (1958); Cuentos
de París, que no publicó sino mucho
después de escrito, en 1960; Maestros y
amigos (1962) y A mi Señor Don Quijote,
1966. Amén de su mencionado discurso de
ingreso académico. Nos da todo ello en
una frase parca de afeites y galas, sencilla y
elegante a la vez.
La misma pureza, agilidad y
profundidad que infundía a la palabra escrita
la ponía en la hablada. Ya fuera ésta
la de discursos parlamentarios, políticos
o de circunstancia. Igual cosa cabe decir de su
labor de periodista en activo durante toda su
vida, apasionado siempre por la independencia
y destino de nuestro país.
En el terreno del ensayo y de
la crítica de arte, hay que recordar sus
páginas sobre Ortega y Gasset, Antonio
Caso, Alfonso Reyes, Luis Cabrera, o sobre la
pintura de Rubens, Diego Rivera, el doctor Atl.
El historiador que igualmente
fue nos ha dejado, entre otras, obras como Los
Estados Unidos contra la libertad (1918); Los
precursores de la diplomacia mexicana (1926);
Neutralidad (1940); que se publicó en francés
en 1949; Buena y mala vecindad (1958); Paladines
de la libertad (1958); Historia diplomática
de la Revolución Mexicana (1958-1959);
Hidalgo (1959); Carranza, su obra y ejemplo (1960).
Dirigió además los volúmenes
que recogen los Documentos históricos de
la Revolución Mexicana.
El Fabela educador está
lo mismo en la cátedra que en la vida civil.
En diversas épocas enseñó
Historia de México, Historia del Comercio,
Literatura y en especial Derecho Internacional
Público, en la Facultad de Jurisprudencia
de México. Dio gran impulso a la educación
y a la cultura durante sus años de Gobernador
del Estado de México (1942-1945). Antes
había sido Diputado al Congreso de la Unión,
Oficial Mayor y Secretario de Gobierno en Chihuahua
y, posteriormente, en Sonora.
Su carrera diplomática
se inicia en 1913 como Jefe del Departamento Diplomático
de nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores.
Sucesivamente será Oficial Mayor Encargado
del Despacho, Agente Confidencial del Gobierno
Constitucionalista en Europa, Enviado Extraordinario
y Ministro Plenipotenciario en Argentina, Brasil,
Chile, Uruguay y Alemania. Luego, lo vemos como
Delegado Plenipotenciario ante la Sociedad de
las Naciones de 1937 a 1940. Su último
puesto diplomático lo desempeñó
como Embajador en el Japón en 1962.
De 1946 a 1952 fue Magistrado
de la Corte Internacional de Justicia en La Haya.
De su labor diplomática,
quedan señeras tres capitales actuaciones
en la Sociedad de las Naciones. A saber, su clara
y bien fundada defensa de la España republicana,
su alegato en favor de Etiopía frente a
la agresión fascista musoliniana y su voz
-voz de México-, la única que se
escuchó en el recinto de Ginebra cuando
la anexión de Austria por la Alemania de
Hitler. Lo que en esa ocasión dijo fueron
palabras proféticas que nunca perderán
su actualidad.
De sus obras de internacionalista,
precisa señalar: Por un mundo libre (1943);
Neutralidad, estudio histórico, jurídico
y político (1940), que se publicó
en francés en 1949; La Sociedad de las
Naciones y el continente americano ante la guerra
1939-1940 (1940); Las doctrinas Monroe y Drago
(1957); El caso de Cuba (1960).
Un año antes de morir, donó a la
Nación, por manos del Presidente de la
República, su casona del siglo XVII en
San Ángel -la "Casa del Risco"-
junto con su tesoro de libros y obras de arte.
Fuente:
Manuel Alcalá
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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