Nació
en México, D.F., el 9 de agosto de
1799; falleció en México, D.F.,
el 6 de enero de 1860. Categoría: Honorario
mexicano de la Real Academia Española. |
José
Justo Gómez de la Cortina nació
en la ciudad de México, en la antigua calle
de don Juan Manuel, el 9 de agosto de 1799, de
una familia de ricos hacendados españoles
establecida en México desde el primer tercio
del siglo XVIII. A los quince años, José
Justo fue enviado a Madrid, donde estudió
con brillantez en el Colegio de San Antonio Abad
y luego en la Academia Militar de Alcalá
de Henares. Pero en lugar de seguir la carrera
militar, en la que ya había recibido un
grado, optó por la diplomática.
Su primer cargo fue el de agregado
en la embajada de España en Constantinopla,
pero no pudo llegar a su destino por una epidemia
de peste, y se detuvo en Trieste, ciudad que años
más tarde recordaría en una novela
corta. Luego, se le destinó, con igual
cargo, a las legaciones o embajadas españolas
en Holanda, Austria, Inglaterra y Francia, puestos
que le permitieron viajar por Europa y aprender
lenguas. Ya casado, fue ascendido a Secretario
de legación en Hamburgo, en 1827, y tres
años más tarde fue nombrado ministro.
Había decidido para entonces abandonar
la diplomacia y dedicarse a las letras y las ciencias,
pero Fernando VII lo nombró Introductor
de Embajadores, le dio grado de coronel del ejército
y lo designó Gentilhombre de su Cámara.
Instalado en Madrid, multiplicó
sus actividades culturales y comenzó a
recibir distinciones académicas. Su memoria
acerca de la Reforma del lujo sin perjuicio de
la industria le ganó la primera de ellas,
Socio de Mérito de la Real Económica
de Valencia. A principios de 1829 ingresó
en la Academia de Historia y obtuvo licencia para
publicar, en colaboración con Nicolás
de Ugalde, un Diccionario biográfico de
españoles célebres, que quedó
inconcluso, y la traducción del alemán
de la Historia de la literatura española,
de Buterweck.
Su casa en Madrid se había
convertido en uno de los centros de reunión
de literatos de la época, como Quintana,
Nicasio Gallego, Bretón de los Herreros
y Martínez de la Rosa, y el joven Gómez
de la Cortina tenía además el prestigio
de sostener correspondencia con algunas de las
grandes personalidades europeas: Humboldt, Chateaubriand
y Constant.
Sus padres seguían mientras
tanto en México, y tanto lo instaban a
volver al lugar de su nacimiento, que al fin lo
hizo en 1832. Pronto adaptó su vocación
cultural a las necesidades que advirtió
en la incipiente República. Estableció
en su casa una clase gratuita de geografía
y luego otras de historia y literatura. Nombrósele
Teniente Coronel del Regimiento de Comercio, cargo
cuya principal misión era el cuidado del
orden público, y se le comisionó
además para establecer y reglamentar talleres
de artes y oficios en la cárcel general.
Escribió por entonces
una Cartilla social sobre los derechos y obligaciones
del hombre en la sociedad civil, de la que obsequió
mil ejemplares al presidente Gómez Pedraza,
que pronto se agotaron, y le fueron solicitados
más. El folleto alcanzaría más
de ocho ediciones. A la manera de las preguntas
y respuestas, muy simples y claras, que había
popularizado el Catecismo del padre Ripalda, Gómez
de la Cortina proseguía con ésta
una serie de cartillas que escribiría.
La Historial o Método para estudiar la
historia, había aparecido en Madrid, en
1828, y la reimprimió su autor en México,
1840, y la Cartilla moral militar se publicaría
en México, 1854.
Los éxitos de su actuación
le atrajeron la mala voluntad de los envidiosos,
y cuando contaba escasamente un año en
México recibió órdenes de
salir desterrado del país, en virtud de
la ley del 23 de junio de 1833, llamada irónicamente
"ley del caso". Por aquella disposición
se pretendía expulsar a los enemigos de
las reformas radicales que el presidente Santa
Anna y el vicepresidente Gómez Farías
realizaban. En las tres listas hechas se incluía
a políticos, eclesiásticos, militares
y escritores, y como en el ordenamiento se decía
que el destierro se extendía "a todos
cuantos se encontraren en el mismo caso",
el humor popular la llamaba "ley del caso".
De la Cortina respondió con altivez a la
arbitrariedad y salió de su patria, sólo
para ser llamado poco después por el mismo
presidente Santa Anna, junto con los demás
desterrados. Los cargos públicos se sucedieron
entonces sin interrupción. Recién
vuelto a México, fue elegido, en 1834,
primer diputado por el Distrito Federal; un año
más tarde se le nombró Gobernador
del Distrito, cargo en el que se propuso acabar
con los ladrones y disminuir la criminalidad;
en 1838 fue Ministro de Hacienda; en 1840, presidente
del Banco de Avío y general graduado de
Brigada; en 1841, presidente de la Junta de Hacienda
y vocal de la comisión encargada de redactar
la ley de propiedad literaria; en 1842, vocal
de la junta para la organización política
de la República; en 1844, senador y oficial
mayor del Ministerio de Guerra; en 1846 inspector
General de Caminos, gobernador del Departamento
de México y, poco después, del Distrito
Federal por segunda vez. En este último
cargo se preocupó por mejorar el alumbrado
público y el empedrado de las calles y
a él se debió el traslado de la
estatua ecuestre de Carlos IV del patio de la
antigua Universidad a la entrada del Paseo de
Bucareli. Gómez de la Cortina hizo notar
entonces en la obra maestra de Tolsá que,
"además de la perfección de
su trabajo como pieza de escultura colosal de
bronce, ofrece la circunstancia (única
entre todas las obras de su especie conocidas
hasta ahora en el mundo) de ser una sola pieza
las figuras del jinete y del caballo".
A principios de 1848, para suceder
a su padre en el título de Conde de la
Cortina, que desde entonces usó, renunció
a la nacionalidad mexicana y readquirió
la española, sin perjuicio de seguir sirviendo
a México.
El Conde de la Cortina recibió
numerosas distinciones de sociedades culturales;
entre ellas, se le designó miembro honorario
de la Real Academia Española, miembro de
la Academia de la Historia y fue uno de los fundadores
de la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística y de la precursora Academia
de la Lengua (1835).
En sus últimos años,
retirado de los puestos públicos, el Conde
de la Cortina se instaló en la casa y parque
de Tacubaya, hoy conocida como Parque Lira, adonde
llevó sus colecciones de arte y su biblioteca.
Los domingos el Conde recibía a sus amigos
y por la noche se hacían conciertos musicales.
En ocasiones, hacía donativos de medallas,
libros, documentos u objetos de interés
científico a sociedades culturales o, cuando
los gobiernos del general Santa Anna tenían
apuros económicos, le solicitaban cuantiosos
préstamos, nunca reembolsados. Al fin,
la fortuna comenzó a desmoronarse y tuvieron
que venderse las haciendas, las casas, los libros
y las colecciones de arte. El Conde y su familia
se mudaron a un entresuelo en la calle de Flamencos.
Con la pobreza pronto llegaron las enfermedades
y la muerte, el 6 de enero de 1860.
La actividad intelectual de
este hombre de vida tan plena y generosa es la
de un amateur que supo hacerlo todo con señorío.
Sus aficiones principales fueron los estudios
lingüísticos y las ficciones novelescas.
Fundó El Zurriago Literario (México,
1839-1840 y 1851) en el que, además de
criticar con ironía los disparates de los
escritores o los políticos de la época,
comenzó a publicar las descripciones de
voces que luego organizó y completó
en su obra más importante, el Diccionario
de sinónimos castellanos (Imprenta de V.
García Torres, México, 1845 y Suplemento,
1849). La Real Academia solicitó de Gómez
de la Cortina autorización para hacer suyos
aquellos estudios.
En el campo del arte, publicó
en 1848 un Manual de voces técnicas de
bellas artes, "cuyas definiciones constituyen
a veces verdaderos pequeños ensayos",
dice Manuel Romero de Terreros; escribió
disertaciones sobre cuestiones numismáticas
y urdió ingeniosas supercherías
para escarnio de gentes sin discernimiento. A
la reina Isabel II le obsequió una espada
de Bernal Díaz del Castillo, expuesta durante
años en la Real Armería de Madrid,
que luego vino a resultar una espada escocesa
del siglo XVII. En el Diccionario universal de
historia y de geografía (México,
1853-5, t. II, pp. 314-5), que dirigió
Manuel Orozco y Berra, publicó una biografía
de Rodrigo de Cifuentes, pintor que vino a México
en 1523, recomendado a Hernán Cortés,
y pintó muchos retratos, tablas y retablos
para iglesias. A pesar de que ya desde 1872 José
Fernando Ramírez y José Bernardo
Couto pusieron seriamente en duda la realidad
de aquel pintor, algunos historiadores posteriores
del arte colonial, como lo ha señalado
Manuel Toussaint, cayeron en el engaño
(Agustín Fernández Villa, 1884 y
1919; Manuel G. Revilla, 1893; Sylvester Baxter,
1901 y Francisco Díez Barroso, 1921) de
aquél que no era sino un rasgo de buen
humor de Gómez de la Cortina, para llenar
muy hábilmente el vacío de informaciones
que existe sobre la pintura mexicana a principios
del siglo XVI.
De la imaginación francamente novelesca
del Conde de la Cortina se conocen dos muestras:
“Euclea o la griega de Trieste”, que
se publicó en 1841 en El Mosaico Mexicano,
y la leyenda “La calle de don Juan Manuel”,
que apareció en la Revista Mexicana (1835)
y se considera el primer cuento legendario que
se haya publicado en México. Lo más
importante de la obra del Conde de la Cortina
ha sido reunida bajo el título de Poliantea
(Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma,
México, 1944, Biblioteca del Estudiante
Universitario, vol. 46) por Manuel Romero de Terreros,
con un excelente prólogo del que provienen
la mayoría de las noticias aquí
resumidas.
José Luis Martínez
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, pp. 113-117
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