Nació
en Chihuahua, Chih., el 6 de octubre de 1887;
falleció en México, D.F., el
22 de diciembre de 1976. Ingresó en
la Academia el 19 de febrero de 1954 como
numerario; silla que ocupó: XIII (7º). |
Martín
Luis Guzmán fue un destacado narrador y
novelista de la Revolución Mexicana; con
su pluma, observación y talento logró
registrar los momentos más álgidos
de la lucha revolucionaria. Martín Luis
Guzmán nació en Chihuahua, Chihuahua,
el 6 de octubre de 1887. Realizó sus primeros
estudios en la ciudad de México y en el
Puerto de Veracruz. En 1904 ingresó a la
Escuela Nacional Preparatoria y, posteriormente
a la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
A partir del estallido de la Revolución
Mexicana, abrazó la que se convertiría
en una de sus grandes pasiones y principal veta
de su obra narrativa: la política; así,
en diversos momentos de su vida fue maderista,
obregonista, villista... En 1908 comenzó
a trabajar en la redacción de el periódico
El Imparcial. Al año siguiente interrumpió
sus estudios de derecho para asumir el cargo de
cónsul en Phoenix, Arizona; volvió
a México en 1911 y formó parte de
El Ateneo de la Juventud. En 1913 concluyó
sus estudios universitarios.
Político activo, participó como
delegado por su estado natal en la convención
del Partido Constitucional Progresista. Con Madero
se desempeñó como bibliotecario
en la Escuela Nacional de Altos Estudios y docente
en la Escuela Superior de Comercio. Molesto por
el cuartelazo huertista renunció al cargo
que desempeñaba y fundó el periódico
de oposición El Honor Nacional.
Así, sus tendencias políticas cambiaron
rápidamente, primero se unió a los
carrancistas, luego a los villistas y por último
a los convencionalistas. En 1915 partió
al destierro voluntario, su primer destino fue
España, en aquél país escribió
y publicó su primer libro La querella de
México. Se trasladó a Nueva York
en Estados Unidos, donde escribió su segundo
libro, A orillas del Hudson. En1920 volvió
a México y fundó el diario El Mundo
que fue vetado por Alvaro Obregón por el
apoyo que brindaba al movimiento delahuertista.
Su oposición a Obregón lo llevó
nuevamente al exilio en 1925, viajó a España
donde permaneció once años; entonces
publicó sus dos obras más reconocidas:
El águila y la serpiente (1928) y La sombra
del Caudillo (1929).
El escritor Fernando Curiel sostiene: “Martín
Luis Guzmán no es una regla sino una excepción
de la literatura mexicana. Dentro de su grupo
literario y político no se caracterizó
por ser un militante o un miembro constante o
cumplido, sino por ser independiente. Mientras
que no formó parte del sistema _antes de
la Revolución Institucionalizada_ estuvo
en las revoluciones perdedoras como villista,
convencionalista y delahuertista. Perteneció
a la oposición alrededor de cuarenta años
de su vida política activa”.
El águila y la serpiente es su primera
gran novela y es también el resultado de
un ambicioso y bien logrado ejercicio literario;
en ella se pueden descubrir viñetas narrativas
perfectas que ilustran escenas de la Revolución
y del país en guerra. Al respecto, Jaime
Ramírez Garrido señala: “en
El águila y la serpiente se dejan entrever
las memorias de un joven universitario que va
conociendo a diversos personajes revolucionarios
y que los describe de manera magistral. En esa
obra hace retratos literarios impresionantes de
Venustiano Carranza, Lucio Blanco, Felipe Ángeles
y Francisco Villa, entre otros. Todos son personajes
históricos que con dos o tres trazos quedan
perfectamente abordados y completos”. Continúa:
“en La sombra del Caudillo en cambio, encontramos
una serie de acontecimientos que no sucedieron
tal cual pero que sin embargo nos muestran una
suerte de esquema del destino trágico de
las revoluciones cuando se presenta una escisión.
Ese es el caso específico de México.
En La sombra del Caudillo ninguno de los personajes
es real del todo, pero todos tienen uno o varios
referentes de realidad”.
Por su parte, Fernando Curiel comenta: “indudablemente
las obras fundamentales de Martín Luis
Guzmán podrían mencionarse en este
orden: La sombra del Caudillo y El águila
y la serpiente. Aunque también es importante
leerlo como ensayista y cronista; valdría
la pena conocerlo desde su primer libro La querella
de México en adelante. La Colección
de la Academia, por ejemplo, está formada
por una serie de discursos que dio como miembro
de la Academia Mexicana de la Lengua y que son
textos verdaderamente portentosos. Así,
está un Guzmán obvio que es el de
las dos grandes novelas y un Guzmán anterior,
que para su generación era un gran ensayista
y se pensaba, un escritor desperdiciado. Sólo
le bastaron dos años y dos obras para colocarse
al frente de su generación”.
El águila y la serpiente
Segunda parte: En la hora del triunfo
Libro primero
Camino de México
Largos meses de estancia en Chihuahua se tradujeron
para mí en un gradual alejamiento —
gradual y voluntario— de la facción
que iba formándose en torno de Carranza
y sus incondicionales. La facción opuesta
— rebelde dentro de la rebeldía:
descontentadiza, libérrinma— representaba
un sentido de la Revolución con el cual
me sentía yo más espontáneamente
en contacto. En este segundo núcleo se
agrupaban ya, por mera selección simpática,
Maytorena, Cabral, Ángeles, Escudero, Díaz
Lombardo, Silva, Vasconcelos, Puente, Malváez
y todos aaquellos que aspiraban a conservar a
la Revolución su carácter democrático
e impersonal — anticaudillesco— ,
para que no viniera a convertirse, a la vuelta
de cinco años o diez, en simple instrumento
de otra oligarquía, ésta quizá
más ignorante e infecunda que la porfirista.
Ciertamente, yo no veía cómo daríamos
cima a tamaña empresa; aquello me parecía
más bien dificilísimo, improbable:
tan improbable para obra de un pequeño
grupo, así estuviese resuelto a luchar
hasta el fin contra todos los personalismos ambiciosos
y corruptores, cuanto fácil hubiera sido
como empeño instintivo de una unanimidad
revolucionaria bien ordenada. Pero también
era verdad que ya había yo percibido en
Sonora, con evidencia perfecta, que la Revolución
iba, bajo la jefatura de Carranza, al caudillaje,
mas sin rienda ni freno. Y eso me bastaba para
buscar la salvación por cualquier otra
parte.
El simple hecho de que todo el grupo enemigo de
Carranza se acogiese al arrimo militar de Villa
podía interpretarse ya, si no como el anuncio
de nuestra derrota futura, sí como la expresión
del conflicto interno que amenazaba al impulso
revolucionario en sus más nobles aspiraciones.
Porque Villa era inconcebible como bandera de
un movimiento purificador o regenerador, y aun
como fuerza bruta se acumulaban en él tales
inconvenientes, que su concurso suponía
mayores dificultades y riesgos que el del más
inflamable de los explosivos. Mas siendo esto
verdad, también lo era que sólo
los elementos militares dominados por él
quedaban disponibles para venir en auxilio de
nuestras ideas. El otro gran ganador de batallas,
Obregón (Ángeles, sin tropas propiamente
suyas sumaba su destino al de Villa), se desviaba
ya por la senda de los nuevos caudillajes. De
modo que, para nosotros, el futuro movimiento
constitucionalista se compendiaba en esta interrogación
enorme: ¿sería domeñable
Villa, Villa que parecía inconsciente hasta
para ambicionar?, ¿subordinaría
su fuerza arrolladora a la salvación de
principios para él acaso inexistentes o
incomprensibles?
Porque tal era el dilema: o Villa se somete, aun
no comprendiéndola bien, a la idea creadora
de la Revolución, y entonces él
y la verdadera Revolución vencen, o Villa
no sigue sino su instinto ciego, y entonces él
y la Revolución fracasan. Y en torno de
ese dilema iba a girar el torbellino revolucionario
llegada la hora del triunfo.
Jaime Ramírez Garrido dice: “en La
sombra del Caudillo Martín Luis Guzmán
hace una suerte de genética literaria para
hacer confluir en el personaje del Caudillo a
Calles y Obregón, en otro fusiona a De
la Huerta con el general Francisco Serrano, en
otro mezcla a varios gobernadores que participaron
en las distintas rebeliones que surgieron para
legitimar el movimiento revolucionario en México.
Martín Luis Guzmán comentaba que
leía las esquelas en el periódico
desde el exilio en España; fueron las publicadas
por los asesinatos de Huixquilac las que inspiraron
la creación de la novela. Juntó
los asesinatos provocados por la campaña
antirreeleccionista de Francisco Serrano con los
sucesos que él mismo vivió con la
rebelión de De la Huerta — que lo
llevó al exilio—”.
La sombra del Caudillo
Libro sexto
Unos aretes
Al otro día de la muerte de Ignacio Aguirre
los periódicos de la ciudad de México
no hablaban con mucha amplitud acerca del levantamiento
de Toluca. Una fuerza superior a ellos los obligaba
de nuevo a no decir lo que sabían. El Gran
Diario traía apenas un boletín oficial
bajo este título de vaguedad reveladora:
“Consejo de guerra en el Estado de México”.
El boletín decía así:
“En el Estado Mayor de la Presidencia nos
fue proporcionado en la madrugada de hoy el boletín
siguiente: 'El general Ignacio Aguirre, autor
principal de la sublevación iniciada anteanoche,
fue capturado, juntamente con un grupo de sus
acompañantes, por las fuerzas leales que
guarnecen el Estado de México y que son
a las órdenes del pundonoroso general de
división Julián Elizondo. Se formó
a los prisioneros consejo de guerra sumarísimo
y fueron pasados por las armas. Los cadáveres
se encuentran a disposición de los deudos
en el Hospital Militar de esta capital y corresponden
a las personas siguientes: general de división
Ignacio Aguirre; general de brigada Agustín
J. Domínguez, gobernador de Jalisco; señor
Eduardo Correa, presidente municipal de la ciudad
de México; señores licenciados Emilio
Oliver Fernández y Juan Manuel Mijares,
diputados al Congreso de la Unión; ex generales
Alfonso Sandoval y Manuel D. Carrasco; capitanes
Felipe Cahuama y Sebastián Rosas, y señores
Remigio Tarabana, Alberto Cisneros y Guillermo
Ruiz de Velasco.'”
En la Sección Segunda, en página
interior, El Gran Diario publicaba también,
alineadas en sus diversos tamaños, las
doce esquelas mortuorias. La de Aguirre ocupaba
un octavo de página y decía brevemente:
“El día 5 del presente mes falleció
el señor general de división Ignacio
Aguirre. Su afligida esposa y demás parientes
lo participan a usted con profundo dolor. -México,
6 de diciembre.”
Y así las otras.
Pero este laconismo de los periódicos no
hacía, en realidad, sino acoger, callándolas,
la sorpresa y la consternación públicas.
La ciudad vivía como siempre, pero sólo
en apariencia. Llevaba por dentro la vergüenza
y el dolor.
Cerca del mediodía el Cadillac que había
pertenecido al general Aguirre se detuvo, en la
avenida Madero, a la puerta de “La Esmeralda”.
El chofer, sucio, mal vestido, mal sentado, no
se movió de su asiento. Un hombre abrió
la portezuela y descendió: era el mayor
Manuel Segura. El auto echó entonces a
andar, y Segura, acomodándose el revólver
en el cinto, entró en la joyería.
El empleado que vino al mostrador miró
a Segura un poco de arriba abajo; se hizo repetir
dos veces lo que le pedía el cliente; fue
hacia el interior de la tienda y volvió
a poco trayendo entre terciopelos negros varios
pares de aretes con brillantes.
Segura tomó el par de piedras mayores y,
tras de mirarlas, preguntó cuánto
valían.
-Seis mil quinientos pesos.
Segura las tornó a ver. Dijo casi en el
acto:
-No me gustan. Las quiero más grandes.
La misma escena se produjo otra vez con un par
de aretes que costaban once mil quinientos pesos,
y luego otra más, con aretes de diez y
siete mil pesos. Por fin, el empleado mostró
lo que Segura quería:
-Veinte mil pesos. En su tamaño no hay
brillantes mejores.
Segura recibió el estuche y pagó.
Pagó con un fajo de cuarenta billetes de
a 500 pesos: los cuarenta con una misma rotura
?era como una perforación?, los cuarenta
con una misma mancha negruzca, que se extendía
casi un centímetro desde la rotura hacia
el centro.
Al contar los billetes, el empleado advirtió
aquello y vaciló un momento. Alzó
la vista, que los ojos de Segura le obligaron
a bajar otra vez. Entonces el dependiente simuló
hacer un nuevo recuento y aceptó los billetes
sin objetar nada.
Segura salió a la calle. Junto a la Profesa
lo esperaba el Cadillac de Ignacio Aguirre.
En 1936 volvió a México, en ese
año fue publicado su libro Memorias de
Pancho Villa, donde —a modo de ejercicio
literario— escribió la vida del personaje
como si se tratara de una autobiografía.
En el ámbito político apoyó
y participó en la vida de las Instituciones
originadas por la Revolución. Fue un incansable
impulsor de la industria editorial, por lo que
en 1939 fundó la editorial Ediapsa. En
1940 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana
de la Lengua y fue fundador, editor y redactor
de la revista Tiempo. Ocupó diversos cargos
públicos; entre ellos, fue presidente vitalicio
de la Comisión Nacional de Libros de Texto
Gratuito y senador de 1969 a 1976, año
en que muere en la ciudad de México. En
1958 fue reconocido con el Premio Nacional de
Literatura.
Jaime Ramírez Garrido sostiene: “Martín
Luis Guzmán establece una frontera en la
literatura mexicana; hay un antes y un después
de él. La novela anterior aún se
encuentra anclada al siglo XIX: en el campo y
con cierta forma de naturalismo o costumbrismo.
Martín Luis Guzmán traslada la novela
a las ciudades no abandona el paisaje pero el
paisaje es visto desde la ciudad. Incluso él
es muy distinto al resto de los novelistas de
la Revolución como Mariano Azuela, Gregorio
López y Fuentes y Urquizo; es muy diferente
porque el se va directo a la política y
no a la Revolución como esa bola que va
por ahí de un lado a otro, reclutando campesinos
que se unen a una causa a veces claramente, a
veces no. Él va más allá,
describe cómo fue la construcción
del México contemporáneo a través
de la invención de una legitimidad de Caudillos
que pasaron de la guerra a la política
y que trasladaron las prácticas de una
a la otra. Puedo afirmar que esa es la importancia
fundamental de la obra de Martín Luis Guzmán
en la literatura mexicana”.
Esther López-Portillo
http://sepiensa.org.mx/contenidos/l_novo/home/luisguzman.html
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