Nació
en Guatemala, Guatemala, el 16 de septiembre
de 1875; falleció en El Paso, Texas,
E.U.A., el 31 de enero de 1950. Ingresó
en la Academia el 18 de mayo de 1908 como
numerario; silla que ocupó: XVIII (2º).
Cargo: Secretario (6º): 1920-1924.
Otra distinción: Correspondiente extranjero
de la Academia Española el 18 de mayo
de 1908. |
Enrique
Martínez Sobral nació en la vecina
República de Guatemala en 1875. Durante
varios años prestó servicios al
gobierno de México en la Secretaría
de Hacienda y Crédito Público, cuando
dicha dependencia del Ejecutivo estaba bajo dirección
de don José Yves Limantour.
Escribió algunas novelas
de buena calidad, según opinión
de los críticos. Posteriormente se dedicó
al estudio de la economía política
y de los problemas económicos de México.
Su obra principal, Principios de Economía,
fue en su tiempo un excelente tratado sobre la
materia y libro de texto en la Escuela Nacional
de Jurisprudencia. En dicha obra se advierte la
influencia de Carlos Gide, distinguido cooperativista
y solidarista francés. Los Principios de
Economía todavía ahora pueden leerse
con provecho, particularmente en la parte relativa
a la historia económica de México.
Otros dos de sus libros merecen
mención: La reforma monetaria y Estudios
elementales de legislación bancaria. Además
el "Apéndice" a la obra de Gide
titulada Las instituciones de progreso social,
que el propio Martínez Sobral tradujo a
nuestra lengua en excelente prosa.
Dejó de existir en 1950.
Para Enrique Martínez
Sobral la economía es una ciencia concreta
y se la puede comparar, al menos en algunas de
sus manifestaciones, a las ciencias naturales;
el capital es el legado de las generaciones, que
con él se trasmiten la civilización;
y el trabajo debe considerarse como el esfuerzo
del hombre sobre los elementos naturales para
incorporarles alguna utilidad que satisfaga necesidades.
La demanda -dice el autor- es la expresión
del deseo social efectivo de adquirir un satisfactor
cualquiera, y la oferta representa la cantidad
de ese satisfactor con que la sociedad cuenta
en un lugar y tiempo determinados. No es Martínez
Sobral un economista académico de la escuela
ortodoxa, y a menudo se advierte en su obra al
crítico social. En su opinión, son
indudables las imperfecciones del régimen
capitalista, cuyas excelencias ya no es posible
preconizar a menos de ser ciego de nacimiento,
pues no es cierto que espontáneamente se
establezca un orden económico inmejorable.
Muchos son los ejemplos de la falta de perfección
y del consiguiente malestar social, malestar que
reclama el esfuerzo de grandes energías
para lograr su desaparición. La historia
toda de la evolución industrial abunda
en manifestaciones de dolor, ante las cuales no
podemos cruzar los brazos, indiferentes y egoístas.
Con sobrada razón afirma que la economía
política sería una ciencia poco
digna de estudiarse, si al hacerlo no llevásemos
por mira el noble ideal de mejorar la condición
humana y reducir el sufrimiento a los menores
términos posibles. Reconoce las fallas
de la estructura económica construida por
la burguesía, pero en lugar de caer en
un pesimismo estéril o en el campo de la
crítica acerba y destructiva, expresa su
fe, tal vez con cierto optimismo, en el esfuerzo
humano para corregir errores y descubrir nuevos
caminos. Señala que no es cierto que el
hombre sea incapaz de hacer esfuerzos conscientes
para procurar su mejoramiento, ya que por doquiera
puede advertirse que el esfuerzo del hombre, ya
sea individualmente considerado o en unión
de otros hombres, suele ser constructivo y creador.
La intervención de las asociaciones humanas,
llámeseles grupos patronales, combinaciones
de trabajadores, Estado o municipio, es capaz
de producir resultados benéficos: ¡Ay
del hombre si el fenómeno social se encontrase
tan fuera de su alcance como el astronómico
o el geológico! Y, sin embargo, esta posibilidad
de mejorar por medio del esfuerzo consciente,
no afecta en nada, ni perjudica en lo más
mínimo el concepto de un orden natural.
Tan natural le parece que las cosas, dejadas a
ellas mismas, produzcan cierto resultado, como
que ese resultado sea distinto si interviene el
esfuerzo humano y cambia las condiciones del problema.
Sostiene que no es verdad que el orden económico,
entregado a las fuerzas inconscientes de la sociedad,
realice, por sí solo, la mayor suma posible
de felicidad colectiva, ni tampoco que la tesis
liberal conduzca siempre a una mayor suma de libertad,
como su nombre parecería indicarlo. Cree,
con apoyo en la experiencia histórica,
que la libertad en muchos casos no consiste sino
en el abandono del débil para que sea libremente
engullido por el fuerte, como sucede con el contrato
individual de trabajo; cree, asimismo, que las
ideas exclusivamente liberales conducen, de manera
inevitable, al egoísmo, y que por su falta
de adaptación a las necesidades sociales
y a la indiferencia con que las miran dan pretexto
a la formación de movimientos encaminados
a la destrucción del orden social existente.
Jesús Silva Herzog
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, pp. 168-170
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