Nació
en Zamora, Mich., el 2 de septiembre de 1909;
falleció en México, D.F., el
8 de febrero de 1955. Ingresó en la
Academia el 26 de enero de 1954 como numerario;
silla que ocupó: XXVII (1º). |
Alfonso
Méndez Plancarte, hijo del licenciado don
Perfecto Méndez Padilla, de singular prestigio
en el foro mexicano, y de doña María
Plancarte Igartúa, nació en Zamora,
Michoacán, el 2 de septiembre de 1909.
Murió en México, Distrito Federal,
mientras hacía ejercicios espirituales
de encierro con otros sacerdotes, la noche del
8 de febrero de 1955. A dicho de quienes fueron
testigos de su muerte, la apuró con perfecta
lucidez y con gran serenidad y bonhomía.
Al acometerle de repente el mal que en dos horas
más lo ultimaría, pidió la
extremaunción y se despidió de sus
compañeros con estas palabras: "Hoy
nos predicaron sobre la muerte, y para que mediten
ustedes bien, van a tener muertito". Después
de lo cual, expiró en la paz del varón
justo que fue del uno al otro extremo de su vida.
Terminados sus estudios primarios
y secundarios, parte en su pueblo natal y parte
en la capital de la República, Alfonso
Méndez Plancarte abrazó desde muy
temprana edad la carrera eclesiástica.
En la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma
recibió el doctorado en filosofía
(1927) ; y en la Pontificia Universidad Mexicana
el doctorado en teología (1931), y siempre
con las más altas calificaciones. En México,
también, fue ordenado, sacerdote el 14
de febrero de 1932. Cuatro meses antes de morir,
recibió el nombramiento de canónigo
honorario de la Basílica de Guadalupe.
Pasados los años de formación,
se dedicó en un principio al magisterio,
habiendo sido catedrático de literatura
castellana y de latín en el Seminario Arquidiocesano
de México (1931-1933) , y posteriormente
de literatura y latín, y de filosofía
y teología dogmática, en el Seminario
Diocesano de Zamora (1933 -1938).
En 1937 le sobrevino una extraña
enfermedad, no precisamente una afasia, pero sí
una afonía, en cuanto que no perdió
la voz, pero sí la soltura del habla. Monseñor
Octaviano Valdés, amigo íntimo del
padre Alfonso, conjetura que el accidente habrá
tenido por causa, junto con alguna deficiencia
del sistema nervioso,el esfuerzo extenuante que
puso el profesor, en su cátedra de teología,
por declarar en conceptos precisos lo que es últimamente
inefable. En la explicitación de la Palabra
increada que se le quebró, o poco menos,
la palabra propia.
Como quiera que haya sido, y
no pudiendo ya empalmarse -por lo menos ex catheadra-
en la palabra hablada, se refugió el padre
Alfonso, para bien de las letras mexicanas, en
la palabra escrita. Crucificado a su pluma, como
de sí propio decía Lacorrdaire,
clavado en su modesto escritorio, leyendo y escribiendo
día y noche, así le vimos en su
casona familiar de la colonia de Santa María
(un recanto inolvidable del México antiguo),
y lo más sorprendente de todo, siempre
con la sonrisa a flor de labio cuandoquiera que
asomaba el visitante, a veces oportuno y casi
siempre importuno.
Consumatus brevi, explevit tempora
multa. La bíblica sentencia es del todo
aplicable a quien, con haber rebasado apenas los
45 años, alcanzó a dejarnos una
obra literaria tan vasta, tan selecta y tan varia.
En ella sobresalen, junto con sus estudios monográficos,
sus traducciones clásicas y sus ediciones
críticas de las obras completas de grandes
autores. Por todo ello hemos de pasar summa per
capita, en la imposibilidad de trasladarlo todo.
Con su antología y estudio
sobre nuestros Poetas Novohispanos, se reveló
Alfonso Méndez Plancarte, como decía
don Angel María Garibay, "el descubridor
de toda nuestra literatura de la etapa hispánica".
De Sor Juana Inés de la Cruz no habrá
sido precisamente un descubridor, pero sí
iluminó aspectos inéditos de la
excelsa poetisa en los varios estudios que le
dedicó, sobre todo tal vez en el comentario
y prosificación que hizo del poema mayor
de Sor Juana, el Primero Sueño. A otros
poetas aplicó también su exégesis
creadora, como Rubén Darío, Amado
Nervo y Salvador Díaz Mirón.
Entre sus traducciones campea
la magnífica versión que hizo de
40 odas selectas de Horacio, con ritmo, número
y acento en perfecta semejanza con el original,
un verdadero prodigio. Dominaba el latín
a maravilla, y tanto por esto como por su comprensión
vivencial de la antigüedad clásica,
con justicia ha podido decirse que los incomparables
hermanos, Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte,
han sido en el México moderno los príncipes
del humanismo clásico, cristiano y mexicano.
Gran servicio, por último,
prestó a las letras patrias e hispanoamericanas
con la edición crítica que hizo
(precedida de amplios y profundos estudios) de
las obras completas de Sor Juana Inés de
la Cruz, y de las poesías completas de
Amado Nervo y Rubén Darío.
Primer titular de la silla número
XXVII, Alfonso Méndez Plancarte ingresó
en la Academia Mexicana el 26 de enero de 1954,
con un espléndido discurso sobre "Díaz
Mirón, gran poeta y sumo artífice";
síntesis del libro que el nuevo académico
había escrito sobre el inmortal veracruzano,
a quien con justicia llama aquél "el
mayor artífice del verso y del verbo".
Al contestar este discurso, el académico
Nemesio García Naranjo, termina diciendo
que “Alfonso Méndez Plancarte viene
a remover nuestras ideas, a intensificar nuestros
trabajos, a extender nuestros horizontes y a refinar
nuestros ideales.” Lo propio podría
decirse, declarándola en estos términos,
de la influencia que el malogrado humanista ejerció
en las letras mexicanas. La tuvo por su obra propia,
y también, en la etapa postrera de su vida,
por la dirección que asumió, a la
muerte de Gabriel, de la revista Ábside,
centro de reunión -mientras vivieron los
dos hermanos o uno por lo menos- de lo más
representativo de la intelectualidad mexicana.
Antonio Gómez Robledo
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, pp. 172-174
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