Nació
en México, D.F., el 11 de noviembre
de 1928. Ingresó en la Academia el
14 de febrero de 2002 como honorario de México. |
La
obra de Roberto Moreno de los Arcos es muy amplia
y variada, sin embargo los mayores intereses y
el corazón de este connotado investigador
giraron principalmente alrededor del estudio de
la cultura mexicana en el Siglo de Luces y en
particular de la Ilustración novohispana.
Todos aquellos que nos hemos ocupado de la historia
de la ciencia mexicana del siglo XVIII, conocemos
el valor de la labor del profesor Moreno de los
Arcos, y en más de una ocasión hemos
agradecido el que nos haya antecedido y legado
para la posteridad diversos estudios sobre ciencia,
tecnología y reflexión histórica,
así como ensayos biográficos de
científicos ilustrados y trabajos bibliográficos
de sistematización y edición de
fuentes. Los cuales aparecieron publicados en
múltiples artículos, libros, diccionarios,
entre otros, tanto en territorio nacional como
en el extranjero.
El fenómeno ilustrado
Antes de entrar de lleno en materia deseo precisar
que centraré mi participación únicamente
en aquellos aspectos que contribuyan a establecer
las características principales del humanismo
del maestro Roberto Moreno de los Arcos y la manera
en que se manifiesta en sus trabajos sobre la
Ilustración novohispana, los cuales conforman
el núcleo duro de su carrera como historiador
y son la vía que le permitió difundir
los ideales ilustrados que compartió con
sus personajes favoritos: “las voces dieciochescas
más avanzadas no son extrañas a
nuestros oídos: a ellas debemos el conjunto
de creencias que nos son más caras. Libertad,
progreso, igualdad, bien común, tolerancia
y otros muchos abstractos que heredamos directamente
del XVIII” [Bartolache, 1993: VI].
En el libro Humanismo y ciencia en la formación
de México, editado por Carlos Herrejón,
en su artículo “Humanismo y ciencias
en el siglo XVIII” Moreno de los Arcos sostiene
cuatro ideas fundamentales en torno al fenómeno
histórico que llamamos ilustrado, y que
en su momento fueron señaladas acertadamente
por el Dr. Carlos Viesca en sus comentarios a
este trabajo, publicados dentro del mismo volumen.
Éstas son: a) la asociación entre
Ilustración y revolución, b) las
características sociales del humanismo
dieciochesco, c) el individualismo de los científicos
criollos, aunado a la institucionalización
asociada a la acción de los peninsulares,
d) la aparición de la cultura indígena
como componente esencial de nuestro humanismo
[Moreno de los Arcos, 1984: 325-338].
Éstas cuatro grandes líneas permean
la obra de Roberto Moreno de los Arcos y sintetizan
el marco conceptual aplicado por este autor en
sus múltiples trabajos, tal como lo veremos
a continuación.
Ilustración y revolución
Para Moreno de los Arcos la raíz de la
ilustración se finca en el pensamiento
revolucionario y este deseo de cambio se encuentra
claramente expresado en la literatura de la época
que busca la exposición de las nuevas ideas,
aunque no es forzoso que todas y cada una de las
obras anuncien el cambio social ni contengan elementos
propiamente revolucionarios [Viesca, 1984: 333].
En esta nueva visión del mundo, el hombre
ilustrado rechaza seguir la dirección marcada
por la tradición y se da a la tarea de
buscar las nuevas luces en horizontes hasta entonces
inexplorados, transitando por una pléyade
de caminos que no obstante mantienen en común
las ideas rectoras de racionalidad y progreso.
En su libro Ensayos de historia de la ciencia
y la tecnología en México Moreno
de los Arcos explica que “la ilustración
debe ser entendida como un complejo de ideas y
prácticas y no sólo como un sistema
filosófico”, que toma en la Nueva
España matices y variantes propios derivados
de las condiciones socioeconómicas, políticas
y culturales del virreinato [Moreno de los Arcos,
1986: 73]. En su opinión, el primer impulso
ilustrado, el mejor tal vez, surge de las necesidades
inherentes a la realidad de la colonia y se debe
a un grupo de ilustrados entre los que destacan
Alzate, Velázquez de León, Bartolache
y León y Gama. Estos criollos –dice-
volcaron generosamente sus trabajos sobre los
súbditos novohispanos, “urgiéndoles
a colaborar con ellos en la lucha por salir del
atraso social, económico, científico
y técnico, y poder así inscribir
a México en la nómina de los países
cultos” [Moreno de los Arcos, 1986: 73].
Esta empresa iniciaría en 1768 con la aparición
del primer periódico de Alzate, y al finalizar
la década de los ochenta se funde con la
Ilustración española desbordante
hacia sus colonias [Alzate y Ramírez, 1980].
Comenta el autor que esta fusión del esfuerzo
nativo y del oficial que envía expediciones
científicas y funda instituciones, conforma
el verdadero periodo ilustrado de la Nueva España
que culmina con la revolución de Independencia
[Alzate y Ramírez, 1980]. Así, el
ansia de cambio en algunos ilustrados novohispanos
desemboca en un programa de promoción humana
no sólo en el ámbito de la cultura,
sino de la sociedad en su conjunto [Moreno de
los Arcos, 1984: 307-316].
Para Moreno de los Arcos los rasgos más
sobresalientes de la Ilustración novohispana
son: interés por los problemas económicos
(en especial los agrícolas), fervor por
el descubrimiento de nuevas máquinas y
aparatos útiles a la explotación
de los recursos naturales, búsqueda del
bienestar común, molestia ante la indiferencia
europea hacia América, excitación
por mostrar al mundo los valores americanos y
novohispanos y lo más importante, el estudio
del pasado prehispánico y los avances de
los pueblos indígenas [Moreno de los Arcos,
1984: 74].
Las características sociales del humanismo
dieciochesco
En esta época en la que hace su entrada
el hombre social, los derechos del hombre forman
parte de este nuevo ideario que postula una humanidad
ampliada, que comprenda a los hombres civilizados.
El medio fundamental para lograr esta meta es
la instrucción y se reconoce a la educación
y a la ciencia como las vías para alcanzar
un mundo más racional a la par de un mayor
bienestar. En la Ilustración, las humanidades
(el mundo del hombre) y las ciencias (el orbe
natural) aparecen reunidas, una característica
de este nuevo humanismo es su cientifización:
“El afán de cambio puede documentarse
en casi todos los aspectos de las ciencias, las
artes y las humanidades. La filosofía se
preña de ciencia en los escritos de Gamarra...
las artes útiles encontraron apasionados
e ingeniosos cultivadores inflamados de celo por
el “bien común”, que se aplicaron
a inventar, modificar o introducir todo género
de aparatos para mejorar la agricultura, la extracción
minera la industria, la medicina y la vida doméstica”
[Moreno de los Arcos, 1984: 328]. La medicina
se aparta cada vez más de los humores clásicos
y del latín para empezar a experimentar
con los cadáveres de los indígenas
en el anfiteatro anatómico o en las salas
de observación del Hospital Real de Naturales,
donde Mociño y Sessé probaban los
efectos curativos de las plantas en los enfermos
que acudían a este nosocomio.
Otro rasgo del humanismo de nuestros ilustrados
es su afán por conocer, analizar y difundir
no sólo los ideales de la cultura clásica
sino también los valores de la cultura
de la Nueva España. En consecuencia no
se contentaron con traducir o imitar a los clásicos,
sino buscaron aplicar los nuevos conocimientos
científicos para el bien común en
ámbitos de relevancia social. Los sabios
criollos americanos, de sensible espíritu
nacionalista nutridos en la cultura europea, no
podían concebir que se menospreciara su
producción intelectual, sus instituciones
educativas y sus hallazgos y avances en todos
los campos. Por ello se dieron a la tarea de dar
a conocer su cultura y a contrarrestar las calumnias
contra las cualidades naturales y espirituales
de América. Los portadores de las culturas
regionales y nacionales cuidaron el afianzar su
propio valor a través del rastreo celoso
de los orígenes de sus culturas y el registro
minucioso de las personas más destacadas
en ese campo. De tal suerte integraron catálogos
e inventarios culturales que llegaron a constituir
verdaderas Bibliothecas, como las de Eguiara y
Eguren o Beristain y Souza [De la Torre Villar,
1984: 209-235]. Otro género utilizado como
vehículo no sólo para difundir las
novedades y la bibliografía europeas sino
también las noticias relevantes locales
para la mayor instrucción, uso y bienestar
de los súbditos del virreinato fueron los
periódicos ilustrados, entre los que destacan
los editados por Bartolache y Alzate, a quienes
Roberto Moreno tacha de casos ejemplares de pensadores
revolucionarios ilustrados.
Roberto Moreno de los Arcos conoció bien
la importancia del trabajo bibliográfico
y compartió con los criollos ilustrados
el ideal de difundir el valor de la cultura nacional,
lo cual lo llevó a realizar una gran labor
como bibliógrafo que abarca autores, libros,
bibliotecas, periódicos y otras fuentes
primarias. En esta cruzada dedicó gran
parte de su vida a la recuperación, difusión
y análisis de: la obra científica
y periodística de los ya citados Alzate
y Bartolache, los estudios astronómicos
de León y Gama y de las investigaciones
sobre la extracción y beneficio de los
minerales de Velázquez de León -a
quien reconoce como el científico más
notable de su siglo- por citar algunos ejemplos
[Moreno de los Arcos, 1986: 76]. Moreno de los
Arcos considera que leer los escritos de nuestros
ilustrados a doscientos años de distancia,
no es solamente un ocio de eruditos, sino una
experiencia vital “sumamente enriquecedora
[...] que todavía logra instruir y hacer
reflexionar” [Moreno de los Arcos, 1993:
VII]. En su opinión el arte de la bibliografía
es una labor que conjuga la exactitud con la actividad
detectivesca que no tiene más gratificación
que la “vanidad de servir a los demás
lo mejor posible”. Obsequio anónimo
que otorga “a quien la cultiva los mínimos
instantes de íntimo placer que conforman
lo real en la vida” [Moreno de los Arcos,
1986: 7].
El individualismo de los científicos criollos
aunado
a la institucionalización asociada a la
acción de los peninsulares
Moreno de los Arcos distingue tres etapas en el
desarrollo de la ilustración novohispana.
En la inicial, el impulso renovador se percibe
ya bien entrada la séptima década
del siglo XVI II y se extiende a todos los campos
del saber. Ésta es la etapa criolla de
la ilustración donde descollan las figuras
de sus cuatro personajes preferidos: Alzate, Velázquez
de León, León y Gama y Bartolache.
Un rasgo de todos ellos-nos dice- es su individualismo
autodidacta, aunque no deja de señalar
la existencia de seminarios y tertulias en las
que se transmitían las novedades, así
como los colegios y la universidad donde se impartían
conocimientos muy estereotipados. Desde su punto
de vista el panorama cambió radicalmente
en la novena década cuando llegaron los
“navíos de la Ilustración”
y junto con ellos “los esfuerzos borbónicos
de reforma administrativa y fiscal, altos rangos
del ejército, libros de contrabando con
las noticias de las revoluciones, mercaderías
de lujo y los nuevos científicos españoles
salidos de la forjas más modernas de la
enseñanza europea” [Moreno de los
Arcos, 1984: 328]. Para él, con estos brillantes
profesores se logra por primera vez en Nueva España
la creación de una nueva comunidad científica
puesta seriamente y plasmada en tres instituciones
docentes: la Real Academia de San Carlos, el Real
Jardín Botánico y el Real Seminario
de Minería. El resultado de esta nueva
empresa, aunada a los esfuerzos anteriores fue
la formación de una nueva comunidad científica
e intelectual amplia y con capacidad de reproducirse.
Una comunidad muy al borde de la independencia
de la producción científica en términos
del modelo de Basalla. Aún más,
considera que esta renovación en la docencia
y la investigación científica no
es ajena al proceso revolucionario posterior,
aunque el autor reconoce que no puede demostrarlo.
Conviene señalar que Roberto Moreno de
los Arcos hace una adaptación sui generis
y poco clara del modelo de Basalla en su citado
artículo de “Humanismo y ciencias
en el siglo XVIII”. Sin embargo en la introducción
de su libro Linneo en México expone con
mayor claridad pero sin profundizar, el papel
que le otorga a la tradición científica
local frente a la europea, en el desarrollo de
la ciencia en nuestro país. Para nuestro
insigne colega en la fase histórica trisecular
novohispana, la botánica pasó por
diversos momentos significativos que -de acuerdo
al modelo de Basalla para la difusión de
la ciencia occidental- se dividen en tres etapas.
La etapa inicial abarca el siglo XVI y corresponde
al descubrimiento de ámbitos pródigos
en materiales para la ciencia europea que también
se enriquece con la ciencia nativa, es además
el momento de las lenguas nativas. Algunas figuras
importantes son Sahagún, Martín
de la Cruz, Francisco Hernández, Monardes
y Recco. La segunda etapa llamada de la ciencia
colonial dependiente, arranca de finales del XVI
y se prolonga hasta las dos últimas décadas
del siglo XVIII, la botánica se da en múltiples
lenguas americanas y europeas y hay crecimiento
y acumulación del conocimiento. Francisco
Bravo en el siglo XVII y Bartolache y Alzate en
el XVIII, serían sus exponentes principales.
La tercera etapa se inicia en 1787 con la polémica
entre Alzate y Cervantes generada por la introducción
de las nomenclaturas de Linneo y Lavoisier en
la enseñanza impartida en la Cátedra
de Botánica del Real Jardín Botánico
de México. En opinión del autor,
esta polémica puede verse de manera simplificada
como la estéril lucha del nahuatl contra
el latín en los terrenos de la ciencia.
No obstante, el triunfo del latín usado
en ambas nomenclaturas es significativo para ese
momento en el que esta lengua empezaba a ser desterrada
del resto de la cultura [Moreno de los Arcos,
1989: X-XI].
A causa de las limitaciones impuestas por el tiempo
asignado no me adentraré en la discusión
de las múltiples carencias del modelo de
Basalla, ni en la crítica de su carácter
eurocentrista, unidireccional, difusionista, metropolitano
y alejado de la realidad histórica de nuestro
país.1 Pero si creo oportuno señalar
que la aplicación de este modelo eurocentrista
al análisis del desarrollo científico
de la Nueva España -y en particular al
siglo XVIII- conduce a un empobrecimiento de la
realidad histórica de la Nueva España
al dividir la marcha del conocimiento en tres
etapas necesarias y universales, además
de privilegiar los aspectos externos sobre los
internos o locales. Considero más enriquecedor
adoptar en este análisis la perspectiva
de las redes regionales e internacionales dentro
de las cuales tuvieron lugar los intercambios
científicos presentes en la Ilustración
novohispana. También difiero de la interpretación
del maestro Moreno de los Arcos acerca del individualismo
autodidacta de los protagonistas de la llamada
etapa criolla por considerar asimismo que ellos
eran partícipes de los intercambios científicos
ocurridos en el interior de las redes de conocimiento
y por ende de las comunidades científicas.
En cuanto a la disputa levantada en torno a las
nuevas nomenclaturas botánicas y químicas,
no pienso que este altercado pueda reducirse a
una disputa estéril entre el latín
y el nahuatl, sino por el contrario se trata de
una de las polémicas científicas
más interesantes, sostenida entre pares
académicos especialistas en el tema, los
cuales fueron capaces de documentar y escribir
sus diferencias científicas y de otras
índoles en varios centenares de páginas
publicadas en los periódicos novohispanos.
También conviene señalar que esta
polémica se inscribe en el contexto internacional
de la aceptación o rechazo de los nuevos
sistemas botánicos y químicos y
muestra el carácter internacional de la
comunidad científica existente en este
virreinato, a la cual pertenecieron los contendientes
Alzate, Sessé, Cervantes y Longinos [Aceves,
1993]. Estoy consciente de que los comentarios
que plasmo en el papel no podrán ser respondidos
por el maestro Moreno de los Arcos, pero véase
en ellos ante todo mi respeto hacia la obra de
este destacado investigador.
La cultura indígena como componente esencial
del humanismo
La reaparición del pasado indígena
y su conversión en humanista es uno de
los elementos fundamentales para la identidad
nacional. Frente a una cultura eminentemente europeizante,
como lo es el barroco mexicano surge la figura
idealizada de la humanidad indígena y el
interés por recuperar el pasado prehispánico.
Los ilustrados novohispanos utilizaron el racionalismo
en la forma de investigarlo y en la crítica
histórica que desplegaron para elaborar
sus obras, tal como se observa en los escritos
de Alegre, Clavijero y Cavo, entre otros [Moreno
de los Arcos, 1984: 330]. Es sobre este pasado
indígena que se sostiene y erige lo propiamente
mexicano en contraposición con lo europeo.
Aún más, las contradicciones y ventajas
de esta tradición binaria, fueron aprovechadas
por los criollos en la formación de colecciones
documentales, en esfuerzos de traducción,
en multitud de publicaciones y en la aplicación
–como ya dijimos- de la nueva perceptiva
racionalista y crítica a la historia de
los antiguos pobladores de México [Méndez
Plancarte, 1991].
En síntesis y cito para tal efecto las
palabras de Roberto Moreno de los Arcos: “nuestro
humanismo ilustrado cumplió cabalmente
su papel: nos legó un rostro y nos dio
una raíz. Con la ceguera propia y legítima
de quien busca su filiación, fincó
para nosotros la ideología revolucionaria
que recuperó –tal vez para siempre-
la historia de un pueblo mesoamericano, el mexica,
como la raíz de nuestras raíces”
[Moreno de los Arcos, 1984: 331-332].
No puedo finalizar este estudio dedicado al humanismo
del maestro Moreno de los Arcos sin referirme
en lo particular, a quien consideró como
el máximo exponente de la Ilustración
novohispana y además admiró profundamente:
José Antonio de Alzate y Ramírez.
Personaje apasionante que supo “servir sin
desmayo al bien público, a la utilidad
común, a la nación, a la patria”
[Moreno de los Arcos, 1985: 5]. Cuya personalidad
arrolladora lo cautivó hasta el punto de
identificarse con sus virtudes y grandes defectos.
De Alzate reconoce su extraordinaria dedicación
al trabajo, como también su carácter
agrio, retraído y enormemente vengativo,
combativo y violento, siempre acompañado
de una buena dosis de vanidad y orgullo. De este
inquieto clérigo impetuoso e imprudente
Moreno de los Arcos exalta sobre todo al “hombre
poseído de tanto amor que supo entregarse
apasionada, devota y enteramente” a la sociedad
de su tiempo [Moreno de los Arcos, 1985: 5]. Por
todo lo anterior no vaciló en calificarlo
-en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana
de la Historia- como el más robusto de
los árboles, el más descollante
y el más frondoso del renovado bosque de
nuestro siglo ilustrado: “a formarle un
claro para mejor verlo, a su cultivo amoroso bajo
su ancha sombra, ha dedicado doce años
de su vida, quien hoy, con rendida gratitud recibe
humildemente la venera de esta Academia Mexicana
de la Historia” [Moreno de los Arcos, 1985:29].
Bibliografía
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http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/mexico/moreno-arcos.htm
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