INICIO AUTORES BIBLIOTECA CULTURA GEOGRAFÍA HISTORIA WEBOTECA
SECCIONES
01 Autores
Lista alfabética
Lista cronológica
02 Biblioteca
Libros por autor
Bibliografía de referencia
03 Cultura
Artes
Ciencias
Humanidades
04 Geografía
México
Hispanoamérica
Mundo

Mapoteca
05 Historia
Grecia clásica
Roma clásica
Mesoamérica
Edad media
Renacimiento
Edad moderna
Hispanoamérica

Eje del tiempo
06 Humanistas mexicanos
Las generaciones literarias
07 Weboteca
Audioteca
Bibliotecas en línea
Videoteca
Vínculos por autor
Vínculos por temas
08 ¿Quiénes somos?
Estudiantes
Investigadores
09 Publicaciones
Libros
Revistas
10 Seminarios
Antropología
Filosofía
Historia
Letras
Educación superior
11 Ecosofía
Ecología y humanismo
12 Facultad de Filosofía y Letras. UNAM
Aconsectetur adipisici elit
13 Cátedra Alfonso Reyes
Humanista mexicano
14 CIDHEM
HUMANISTAS MEXICANOS

 

HUMANISTAS MEXICANOS


ROBERTO MORENO DE LOS ARCOS
Miembro de la Academia Mexicana

Generación 1930
Nació en México, D.F., el 11 de noviembre de 1928. Ingresó en la Academia el 14 de febrero de 2002 como honorario de México.


L
a obra de Roberto Moreno de los Arcos es muy amplia y variada, sin embargo los mayores intereses y el corazón de este connotado investigador giraron principalmente alrededor del estudio de la cultura mexicana en el Siglo de Luces y en particular de la Ilustración novohispana. Todos aquellos que nos hemos ocupado de la historia de la ciencia mexicana del siglo XVIII, conocemos el valor de la labor del profesor Moreno de los Arcos, y en más de una ocasión hemos agradecido el que nos haya antecedido y legado para la posteridad diversos estudios sobre ciencia, tecnología y reflexión histórica, así como ensayos biográficos de científicos ilustrados y trabajos bibliográficos de sistematización y edición de fuentes. Los cuales aparecieron publicados en múltiples artículos, libros, diccionarios, entre otros, tanto en territorio nacional como en el extranjero.
El fenómeno ilustrado
Antes de entrar de lleno en materia deseo precisar que centraré mi participación únicamente en aquellos aspectos que contribuyan a establecer las características principales del humanismo del maestro Roberto Moreno de los Arcos y la manera en que se manifiesta en sus trabajos sobre la Ilustración novohispana, los cuales conforman el núcleo duro de su carrera como historiador y son la vía que le permitió difundir los ideales ilustrados que compartió con sus personajes favoritos: “las voces dieciochescas más avanzadas no son extrañas a nuestros oídos: a ellas debemos el conjunto de creencias que nos son más caras. Libertad, progreso, igualdad, bien común, tolerancia y otros muchos abstractos que heredamos directamente del XVIII” [Bartolache, 1993: VI].
En el libro Humanismo y ciencia en la formación de México, editado por Carlos Herrejón, en su artículo “Humanismo y ciencias en el siglo XVIII” Moreno de los Arcos sostiene cuatro ideas fundamentales en torno al fenómeno histórico que llamamos ilustrado, y que en su momento fueron señaladas acertadamente por el Dr. Carlos Viesca en sus comentarios a este trabajo, publicados dentro del mismo volumen. Éstas son: a) la asociación entre Ilustración y revolución, b) las características sociales del humanismo dieciochesco, c) el individualismo de los científicos criollos, aunado a la institucionalización asociada a la acción de los peninsulares, d) la aparición de la cultura indígena como componente esencial de nuestro humanismo [Moreno de los Arcos, 1984: 325-338].
Éstas cuatro grandes líneas permean la obra de Roberto Moreno de los Arcos y sintetizan el marco conceptual aplicado por este autor en sus múltiples trabajos, tal como lo veremos a continuación.
Ilustración y revolución
Para Moreno de los Arcos la raíz de la ilustración se finca en el pensamiento revolucionario y este deseo de cambio se encuentra claramente expresado en la literatura de la época que busca la exposición de las nuevas ideas, aunque no es forzoso que todas y cada una de las obras anuncien el cambio social ni contengan elementos propiamente revolucionarios [Viesca, 1984: 333]. En esta nueva visión del mundo, el hombre ilustrado rechaza seguir la dirección marcada por la tradición y se da a la tarea de buscar las nuevas luces en horizontes hasta entonces inexplorados, transitando por una pléyade de caminos que no obstante mantienen en común las ideas rectoras de racionalidad y progreso. En su libro Ensayos de historia de la ciencia y la tecnología en México Moreno de los Arcos explica que “la ilustración debe ser entendida como un complejo de ideas y prácticas y no sólo como un sistema filosófico”, que toma en la Nueva España matices y variantes propios derivados de las condiciones socioeconómicas, políticas y culturales del virreinato [Moreno de los Arcos, 1986: 73]. En su opinión, el primer impulso ilustrado, el mejor tal vez, surge de las necesidades inherentes a la realidad de la colonia y se debe a un grupo de ilustrados entre los que destacan Alzate, Velázquez de León, Bartolache y León y Gama. Estos criollos –dice- volcaron generosamente sus trabajos sobre los súbditos novohispanos, “urgiéndoles a colaborar con ellos en la lucha por salir del atraso social, económico, científico y técnico, y poder así inscribir a México en la nómina de los países cultos” [Moreno de los Arcos, 1986: 73]. Esta empresa iniciaría en 1768 con la aparición del primer periódico de Alzate, y al finalizar la década de los ochenta se funde con la Ilustración española desbordante hacia sus colonias [Alzate y Ramírez, 1980]. Comenta el autor que esta fusión del esfuerzo nativo y del oficial que envía expediciones científicas y funda instituciones, conforma el verdadero periodo ilustrado de la Nueva España que culmina con la revolución de Independencia [Alzate y Ramírez, 1980]. Así, el ansia de cambio en algunos ilustrados novohispanos desemboca en un programa de promoción humana no sólo en el ámbito de la cultura, sino de la sociedad en su conjunto [Moreno de los Arcos, 1984: 307-316].
Para Moreno de los Arcos los rasgos más sobresalientes de la Ilustración novohispana son: interés por los problemas económicos (en especial los agrícolas), fervor por el descubrimiento de nuevas máquinas y aparatos útiles a la explotación de los recursos naturales, búsqueda del bienestar común, molestia ante la indiferencia europea hacia América, excitación por mostrar al mundo los valores americanos y novohispanos y lo más importante, el estudio del pasado prehispánico y los avances de los pueblos indígenas [Moreno de los Arcos, 1984: 74].
Las características sociales del humanismo dieciochesco
En esta época en la que hace su entrada el hombre social, los derechos del hombre forman parte de este nuevo ideario que postula una humanidad ampliada, que comprenda a los hombres civilizados. El medio fundamental para lograr esta meta es la instrucción y se reconoce a la educación y a la ciencia como las vías para alcanzar un mundo más racional a la par de un mayor bienestar. En la Ilustración, las humanidades (el mundo del hombre) y las ciencias (el orbe natural) aparecen reunidas, una característica de este nuevo humanismo es su cientifización: “El afán de cambio puede documentarse en casi todos los aspectos de las ciencias, las artes y las humanidades. La filosofía se preña de ciencia en los escritos de Gamarra... las artes útiles encontraron apasionados e ingeniosos cultivadores inflamados de celo por el “bien común”, que se aplicaron a inventar, modificar o introducir todo género de aparatos para mejorar la agricultura, la extracción minera la industria, la medicina y la vida doméstica” [Moreno de los Arcos, 1984: 328]. La medicina se aparta cada vez más de los humores clásicos y del latín para empezar a experimentar con los cadáveres de los indígenas en el anfiteatro anatómico o en las salas de observación del Hospital Real de Naturales, donde Mociño y Sessé probaban los efectos curativos de las plantas en los enfermos que acudían a este nosocomio.
Otro rasgo del humanismo de nuestros ilustrados es su afán por conocer, analizar y difundir no sólo los ideales de la cultura clásica sino también los valores de la cultura de la Nueva España. En consecuencia no se contentaron con traducir o imitar a los clásicos, sino buscaron aplicar los nuevos conocimientos científicos para el bien común en ámbitos de relevancia social. Los sabios criollos americanos, de sensible espíritu nacionalista nutridos en la cultura europea, no podían concebir que se menospreciara su producción intelectual, sus instituciones educativas y sus hallazgos y avances en todos los campos. Por ello se dieron a la tarea de dar a conocer su cultura y a contrarrestar las calumnias contra las cualidades naturales y espirituales de América. Los portadores de las culturas regionales y nacionales cuidaron el afianzar su propio valor a través del rastreo celoso de los orígenes de sus culturas y el registro minucioso de las personas más destacadas en ese campo. De tal suerte integraron catálogos e inventarios culturales que llegaron a constituir verdaderas Bibliothecas, como las de Eguiara y Eguren o Beristain y Souza [De la Torre Villar, 1984: 209-235]. Otro género utilizado como vehículo no sólo para difundir las novedades y la bibliografía europeas sino también las noticias relevantes locales para la mayor instrucción, uso y bienestar de los súbditos del virreinato fueron los periódicos ilustrados, entre los que destacan los editados por Bartolache y Alzate, a quienes Roberto Moreno tacha de casos ejemplares de pensadores revolucionarios ilustrados.
Roberto Moreno de los Arcos conoció bien la importancia del trabajo bibliográfico y compartió con los criollos ilustrados el ideal de difundir el valor de la cultura nacional, lo cual lo llevó a realizar una gran labor como bibliógrafo que abarca autores, libros, bibliotecas, periódicos y otras fuentes primarias. En esta cruzada dedicó gran parte de su vida a la recuperación, difusión y análisis de: la obra científica y periodística de los ya citados Alzate y Bartolache, los estudios astronómicos de León y Gama y de las investigaciones sobre la extracción y beneficio de los minerales de Velázquez de León -a quien reconoce como el científico más notable de su siglo- por citar algunos ejemplos [Moreno de los Arcos, 1986: 76]. Moreno de los Arcos considera que leer los escritos de nuestros ilustrados a doscientos años de distancia, no es solamente un ocio de eruditos, sino una experiencia vital “sumamente enriquecedora [...] que todavía logra instruir y hacer reflexionar” [Moreno de los Arcos, 1993: VII]. En su opinión el arte de la bibliografía es una labor que conjuga la exactitud con la actividad detectivesca que no tiene más gratificación que la “vanidad de servir a los demás lo mejor posible”. Obsequio anónimo que otorga “a quien la cultiva los mínimos instantes de íntimo placer que conforman lo real en la vida” [Moreno de los Arcos, 1986: 7].
El individualismo de los científicos criollos aunado
a la institucionalización asociada a la acción de los peninsulares
Moreno de los Arcos distingue tres etapas en el desarrollo de la ilustración novohispana. En la inicial, el impulso renovador se percibe ya bien entrada la séptima década del siglo XVI II y se extiende a todos los campos del saber. Ésta es la etapa criolla de la ilustración donde descollan las figuras de sus cuatro personajes preferidos: Alzate, Velázquez de León, León y Gama y Bartolache. Un rasgo de todos ellos-nos dice- es su individualismo autodidacta, aunque no deja de señalar la existencia de seminarios y tertulias en las que se transmitían las novedades, así como los colegios y la universidad donde se impartían conocimientos muy estereotipados. Desde su punto de vista el panorama cambió radicalmente en la novena década cuando llegaron los “navíos de la Ilustración” y junto con ellos “los esfuerzos borbónicos de reforma administrativa y fiscal, altos rangos del ejército, libros de contrabando con las noticias de las revoluciones, mercaderías de lujo y los nuevos científicos españoles salidos de la forjas más modernas de la enseñanza europea” [Moreno de los Arcos, 1984: 328]. Para él, con estos brillantes profesores se logra por primera vez en Nueva España la creación de una nueva comunidad científica puesta seriamente y plasmada en tres instituciones docentes: la Real Academia de San Carlos, el Real Jardín Botánico y el Real Seminario de Minería. El resultado de esta nueva empresa, aunada a los esfuerzos anteriores fue la formación de una nueva comunidad científica e intelectual amplia y con capacidad de reproducirse. Una comunidad muy al borde de la independencia de la producción científica en términos del modelo de Basalla. Aún más, considera que esta renovación en la docencia y la investigación científica no es ajena al proceso revolucionario posterior, aunque el autor reconoce que no puede demostrarlo.
Conviene señalar que Roberto Moreno de los Arcos hace una adaptación sui generis y poco clara del modelo de Basalla en su citado artículo de “Humanismo y ciencias en el siglo XVIII”. Sin embargo en la introducción de su libro Linneo en México expone con mayor claridad pero sin profundizar, el papel que le otorga a la tradición científica local frente a la europea, en el desarrollo de la ciencia en nuestro país. Para nuestro insigne colega en la fase histórica trisecular novohispana, la botánica pasó por diversos momentos significativos que -de acuerdo al modelo de Basalla para la difusión de la ciencia occidental- se dividen en tres etapas. La etapa inicial abarca el siglo XVI y corresponde al descubrimiento de ámbitos pródigos en materiales para la ciencia europea que también se enriquece con la ciencia nativa, es además el momento de las lenguas nativas. Algunas figuras importantes son Sahagún, Martín de la Cruz, Francisco Hernández, Monardes y Recco. La segunda etapa llamada de la ciencia colonial dependiente, arranca de finales del XVI y se prolonga hasta las dos últimas décadas del siglo XVIII, la botánica se da en múltiples lenguas americanas y europeas y hay crecimiento y acumulación del conocimiento. Francisco Bravo en el siglo XVII y Bartolache y Alzate en el XVIII, serían sus exponentes principales. La tercera etapa se inicia en 1787 con la polémica entre Alzate y Cervantes generada por la introducción de las nomenclaturas de Linneo y Lavoisier en la enseñanza impartida en la Cátedra de Botánica del Real Jardín Botánico de México. En opinión del autor, esta polémica puede verse de manera simplificada como la estéril lucha del nahuatl contra el latín en los terrenos de la ciencia. No obstante, el triunfo del latín usado en ambas nomenclaturas es significativo para ese momento en el que esta lengua empezaba a ser desterrada del resto de la cultura [Moreno de los Arcos, 1989: X-XI].
A causa de las limitaciones impuestas por el tiempo asignado no me adentraré en la discusión de las múltiples carencias del modelo de Basalla, ni en la crítica de su carácter eurocentrista, unidireccional, difusionista, metropolitano y alejado de la realidad histórica de nuestro país.1 Pero si creo oportuno señalar que la aplicación de este modelo eurocentrista al análisis del desarrollo científico de la Nueva España -y en particular al siglo XVIII- conduce a un empobrecimiento de la realidad histórica de la Nueva España al dividir la marcha del conocimiento en tres etapas necesarias y universales, además de privilegiar los aspectos externos sobre los internos o locales. Considero más enriquecedor adoptar en este análisis la perspectiva de las redes regionales e internacionales dentro de las cuales tuvieron lugar los intercambios científicos presentes en la Ilustración novohispana. También difiero de la interpretación del maestro Moreno de los Arcos acerca del individualismo autodidacta de los protagonistas de la llamada etapa criolla por considerar asimismo que ellos eran partícipes de los intercambios científicos ocurridos en el interior de las redes de conocimiento y por ende de las comunidades científicas. En cuanto a la disputa levantada en torno a las nuevas nomenclaturas botánicas y químicas, no pienso que este altercado pueda reducirse a una disputa estéril entre el latín y el nahuatl, sino por el contrario se trata de una de las polémicas científicas más interesantes, sostenida entre pares académicos especialistas en el tema, los cuales fueron capaces de documentar y escribir sus diferencias científicas y de otras índoles en varios centenares de páginas publicadas en los periódicos novohispanos. También conviene señalar que esta polémica se inscribe en el contexto internacional de la aceptación o rechazo de los nuevos sistemas botánicos y químicos y muestra el carácter internacional de la comunidad científica existente en este virreinato, a la cual pertenecieron los contendientes Alzate, Sessé, Cervantes y Longinos [Aceves, 1993]. Estoy consciente de que los comentarios que plasmo en el papel no podrán ser respondidos por el maestro Moreno de los Arcos, pero véase en ellos ante todo mi respeto hacia la obra de este destacado investigador.
La cultura indígena como componente esencial del humanismo
La reaparición del pasado indígena y su conversión en humanista es uno de los elementos fundamentales para la identidad nacional. Frente a una cultura eminentemente europeizante, como lo es el barroco mexicano surge la figura idealizada de la humanidad indígena y el interés por recuperar el pasado prehispánico. Los ilustrados novohispanos utilizaron el racionalismo en la forma de investigarlo y en la crítica histórica que desplegaron para elaborar sus obras, tal como se observa en los escritos de Alegre, Clavijero y Cavo, entre otros [Moreno de los Arcos, 1984: 330]. Es sobre este pasado indígena que se sostiene y erige lo propiamente mexicano en contraposición con lo europeo. Aún más, las contradicciones y ventajas de esta tradición binaria, fueron aprovechadas por los criollos en la formación de colecciones documentales, en esfuerzos de traducción, en multitud de publicaciones y en la aplicación –como ya dijimos- de la nueva perceptiva racionalista y crítica a la historia de los antiguos pobladores de México [Méndez Plancarte, 1991].
En síntesis y cito para tal efecto las palabras de Roberto Moreno de los Arcos: “nuestro humanismo ilustrado cumplió cabalmente su papel: nos legó un rostro y nos dio una raíz. Con la ceguera propia y legítima de quien busca su filiación, fincó para nosotros la ideología revolucionaria que recuperó –tal vez para siempre- la historia de un pueblo mesoamericano, el mexica, como la raíz de nuestras raíces” [Moreno de los Arcos, 1984: 331-332].
No puedo finalizar este estudio dedicado al humanismo del maestro Moreno de los Arcos sin referirme en lo particular, a quien consideró como el máximo exponente de la Ilustración novohispana y además admiró profundamente: José Antonio de Alzate y Ramírez. Personaje apasionante que supo “servir sin desmayo al bien público, a la utilidad común, a la nación, a la patria” [Moreno de los Arcos, 1985: 5]. Cuya personalidad arrolladora lo cautivó hasta el punto de identificarse con sus virtudes y grandes defectos. De Alzate reconoce su extraordinaria dedicación al trabajo, como también su carácter agrio, retraído y enormemente vengativo, combativo y violento, siempre acompañado de una buena dosis de vanidad y orgullo. De este inquieto clérigo impetuoso e imprudente Moreno de los Arcos exalta sobre todo al “hombre poseído de tanto amor que supo entregarse apasionada, devota y enteramente” a la sociedad de su tiempo [Moreno de los Arcos, 1985: 5]. Por todo lo anterior no vaciló en calificarlo -en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia- como el más robusto de los árboles, el más descollante y el más frondoso del renovado bosque de nuestro siglo ilustrado: “a formarle un claro para mejor verlo, a su cultivo amoroso bajo su ancha sombra, ha dedicado doce años de su vida, quien hoy, con rendida gratitud recibe humildemente la venera de esta Academia Mexicana de la Historia” [Moreno de los Arcos, 1985:29].

Bibliografía
Directa
Moreno de los Arcos, R. (1984). “Humanismo y ciencias en el siglo XVIII”, en C. Herrejón (editor). Humanismo y ciencia en la formación de México. Colegio de Michoacán/CONACYT. México.
________. (1985). “Un eclesiástico criollo frente al estado Borbón”, en Memorias y Ensayos. UNAM, Biblioteca del Estudiante Universitario 103. México.
________. (1986). Ensayos de bibliografía mexicana. Autores, libros, imprenta, bibliotecas. UNAM. México.
________. (1986). “Antonio de Léon y Gama (1735-1802)”, en Ensayos de historia de la ciencia y la tecnología en México. UNAM. México.
________. (1989). Linneo en México. Las controversias sobre el sistema binario sexual (1788-1798). UNAM. México.
Indirecta
Aceves, P. (1993). Química, botánica y farmacia en la Nueva España a finales del siglo XVIII. Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Colección Biblioteca Memoria Mexicana. México.
Alzate y Ramírez, J. A. (1980). Obras. I Periódicos. UNAM, R. Moreno (editor). México.
Bartolache, José Ignacio, Mercurio Volante (1772-1773), México, UNAM, G. Basalla, (1993). “The spread of western science revisited”, en A. Lafuente et al. (1993). Mundialización de la ciencia y cultura nacional. Doce Calles. Madrid.
Chambers, D. W., “Locality and science: myths of centre and periphery”, en A. Lafuente et al. Mundialización de la ciencia y cultura nacional. Doce Calles. Madrid.
De la Torre Villar, E. (1984). “Eguiara y Beristain”, en C. Herrejón (editor). Humanismo y ciencias en la formación de México. Colegio de Michoacán/CONACYT. México.
Méndez Plancarte, G. (1991). Humanistas del Siglo XVIII. Universidad Nacional Autónoma de México. México.
Viesca, C. (1984). “Comentario”, en C. Herrejón (editor). Humanismo y ciencia en la formación de México. Colegio de Michoacán/CONACYT. México.

http://www.ensayistas.org/critica/generales/C-H/mexico/moreno-arcos.htm

----------------------------------------------------------------------------

Agradecemos el apoyo para la realización de este proyecto de:


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS. UNAM

 


GOBIERNO DEL ESTADO LIBRE Y SOBERANO DE MORELOS





UNIVERSIDAD VIRTUAL ALFONSINA


 

 

 

© Copyright. Algunos derechos reservados por Matemágica-Universidad Virtual Alfonsina 2007-2008