Nació
en San Luis Potosí, S.L.P., el 14 de
junio de 1858; falleció en San Luis
Potosí, S.L.P., el 28 de noviembre
de 1906. Categoría: Correspondiente
mexicano. |
Manuel
José Othón nació y murió
en San Luis Potosí: 14 de junio de 1858
- 28 de noviembre de 1906.
Gran amigo de mi padre fue el
gran poeta, y siempre que iba a Monterrey se asomaba
por casa. Yo lo recuerdo, el pelo a rape, ancha
la espalda, poderosa la voz. Concretamente, mi
memoria lo liga a un acontecimiento de mi infancia.
Fue en febrero de 1906, poco antes de cumplir
yo los diez años, cuando nació y
se bautizó uno de mis hermanos innumerables:
Eduardo. Y yo, picado tiempo atrás de la
araña métrica si no de la poética,
tracé unos versillos que corrían
así:
Eduardo te han de poner
mañana que te bauticen
y aquí se ha de promover
una fiesta, según dicen.
Serán tus buenos padrinos
Nicolasita y don Juan,
que son amables y finos
y que te agasajarán.
La fiesta ha de concluir
cuando la tarde agonice
y yo los haré reír
con estos versos que hice.
Y, en efecto, al decirles aquellos
"versos que hice", hice reír
a los concurrentes. Y a poco llegó a Monterrey
Manuel José Othón, y mi padre -Celedonio
Junco de la Vega- le mostró el chiste del
vástago. E inmediatamente comentó,
delante de mí, el potosino: "Pues
estos versos están mejores que aquellos
de Juan de Dios Peza que dicen..." Y aquí
soltó una estrofa que no retuve, pero en
la que salía a relucir y sonar "el
cerro de las Campanas".
Porque Othón, artista
reverente que repujaba y bruñía
el verso, miraba con poca tolerancia la facilidad
abundosa y conformista de Peza.
Había acudido el bardo
a Monterrey para las fiestas centenarias del natalicio
de Juárez: 21 de marzo. Invitado por el
gobernador don Bernardo Reyes, de quien era adicto
y admirador, tocábale pronunciar una poesía
en la velada conmemorativa. Manuel José
no pudo negarse, y comprometido y con desgana
forjó un poema -titulado Vis et Vir -,
donde elude como puede el asunto, refugiándose
en su gran amor, la naturaleza. Mi padre -que
trabajó febrilmente y con plena voluntad
como secretario en esos homenajes a don Benito-
me dijo varias veces que Othón no era simpatizador
de Juárez.
En vísperas de la velada
y en casa de don Bernardo, preocupándose
Othón porque andaba mal de la garganta
y por cómo saldría del trance oratorio
que le esperaba, recomendole el general que hiciera
unas gárgaras de coñac. "¿De
qué?", tronó el poeta, que
era algo tardo de oído y que aquí
lo subrayó intencionalmente. "De coñac",
repitió el general. "No, porque me
las trago". Y al punto don Celedonio, listo
siempre a disparar sobre el menor pretexto la
improvisación, soltó ésta:
Buen Manuel: para que hables
bien mañana en el teatro,
tómate unas tres o cuatro
gárgaras de las potables.
(Yo oí de labios de mi
padre esta anécdota. Del suyo la escucharía
Alfonso Reyes, y la aduce en su deliciosa evocación
de Un padrino poético. En lo esencial coinciden,
aunque hay toques y matices diversos que acaso
pueden conciliarse y completarse recíprocamente).
Los Poemas rústicos del
gran potosino eran gala de la biblioteca paterna.
Sin duda influyeron en la inclinación descriptiva
que preponderaba en la veintena de sonetos con
que entré formalmente, a los once años,
en el mundo de las letras. Y una de mis primeras
figuraciones solemnes como infantil recitador,
fue "El himno de los bosques ", entero
y verdadero. Entero, aunque anchuroso. Verdadero,
porque siempre tuve pasión por nuestra
Sierra Madre, y en su portentosa intimidad viví
muchas veces por mi cuenta el "Himno"
de Othón.
Lo que individualiza y define
a Manuel José es su robusta comunión
con la naturaleza, que en él viene a ser
al propio tiempo, explícita o subyacente,
una robusta comunión con Dios. Reciamente
pegado a todo lo auténtico y vital, la
religiosidad es como la propia respiración
de nuestro poeta. Sin ocultamiento y como sin
alarde, late por todas las venas de su inspiración
una religiosidad connatural, sencilla, vigorosa,
de hombre sano y hombre bueno.
Y se refleja en el recio sentido
de justicia social que salta en algunos de sus
cuentos. Por ejemplo en La Nochebuena del labriego
(casi desconocido), donde unos campesinos comentan
entre sí crudamente la escasez que sufren,
y unos soldados vienen a llevárselos presos
diz que por ladrones.
Alfonso Junco
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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