Nació en Sainte Foy la Grande (Gironda,
Francia) el 15 de marzo de 1830 y muerto en
Thourout, cerca de Bruselas, el 4 de julio
de 1905. |
Estos
ojos claros que nos miran desde el papel son los
de Élisée Reclus, geógrafo
y anarquista, nacido en Sainte Foy la Grande (Gironda,
Francia) el 15 de marzo de 1830 y muerto en Thourout,
cerca de Bruselas, el 4 de julio de 1905. Geógrafo
y anarquista son dos palabras que en una época
ya pasada -pero no tan lejana- tenían un
significado muy distinto al que generalmente le
damos en nuestros días. Ahora la geografía
ha sido sustituida por el turismo, y en lugar
de viajar para aprender (o, digamos mejor, para
desaprender tanta tontuna), uno recorre miles
de kilómetros como quien atraviesa una
puerta, sólo para cambiar de paisaje, y
no altera sino levemente sus costumbres. Hoy el
anarquismo es para muchos alboroto, irreverencia,
indisciplina o revoltijo, cuando para Reclus era
ni más ni menos que “la más
alta expresión del orden”. ¡Qué
difícil resulta ahora hablar de algunas
cosas! Para el autor de una Geografía que
considera a los seres humanos en relación
con el medio que los sustenta, la tierra es la
casa donde viven los hombres, y los hombres somos
todos hermanos, libres e iguales, dueños
de los mismos derechos; todos nos movemos bajo
un mismo sol y nuestra sangre es bombeada por
idénticos corazones.
Los padres de Reclus tuvieron catorce hijos, de
los cuales sobrevivieron once. El padre era pastor
protestante y explicaría a su numerosa
prole cosas semejantes, o no, aunque en su concepción
del mundo Dios ocupara por supuesto el lugar preeminente.
Tuvo una gran influencia sobre los niños:
éstos admiraban su sinceridad y su generosidad
de hombre bueno, pero al mismo tiempo rechazaban
la fe ciega que depositaba en las Sagradas Escrituras.
Muchas ideas estaban cambiando en esa época
-Darwin formula en 1859 su teoría de la
evolución, que había estado meditando
desde 1837-, y sin embargo el pastor Reclus se
aferraba a la tradición bíblica
y no veía en los descubrimientos que la
cuestionaban más que una trampa del maligno.
Paul, sobrino de Élisée, atribuye
a la rigidez religiosa del padre la orientación
de la mayoría de los hijos hacia estudios
de ciencias. Frente al abusivo mantenimiento del
statu quo por parte de toda autoridad, el desarrollo
científico de la segunda mitad del siglo
XIX abría una esperanza real a la erradicación
de la miseria, la enfermedad y las desigualdades.
Elie, el hermano mayor, fue el guía y el
gran amigo de Élisée; juntos escaparon
una vez de la facultad para ir a conocer el mar.
Elisée resuelve hacerse geógrafo
durante el transcurso de un viaje que realiza
a pie desde Berlín -donde seguía
los cursos de Karl Ritter, discípulo de
Humboldt- hasta su casa de Orthez en compañía
de Elie, a quien recoge en Estrasburgo, y de un
perrillo que no les abandonó en todo el
camino. En Montauban ambos habían empezado
ya a a participar en política: eran los
días previos a la Revolución del
48 que traería la Segunda República.
En 1851, como consecuencia del golpe de estado
de Napoleón III, los dos hermanos deben
refugiarse en Londres. De Londres Élisée
pasa a Irlanda, donde dirige una explotación
agraria, y apenas un año después
embarca hacia América. En Nueva Orleáns
se emplea como preceptor de los hijos del dueño
de una plantación, aunque no dura mucho
tiempo en ese cargo: por una parte no admite el
régimen esclavista, aún vigente,
y por otra, según parece, escapa de una
de sus jóvenes pupilas, que desea convertirlo
en su esposo.
Del paso de Reclus por la Sierra Nevada de Santa
Marta, en Nueva Granada (la actual Colombia),
su siguiente destino, adonde llegó con
el propósito de fundar una colonia libertaria,
nos queda la hermosa crónica en la que
detalla su experiencia frustrada. Élisée
regresa a Francia -reclamado por Elie, que pagó
su pasaje- enfermo y empobrecido, pero poco tiempo
después lo encontramos de nuevo en marcha,
convertido ya en geógrafo y escribiendo
para las Guías del Viajero Joanne de la
editorial Hachette.
Los grandes divulgadores en España de la
obra de Reclus fueron Francisco Ferrer Guardia,
fundador de la Escuela Moderna, y Vicente Blasco
Ibáñez. De alguna manera, el escritor
valenciano debió ver en Reclus un modelo
de la vida “enérgica e impetuosa”
que deseaba para sí y que trató
de cumplir con sus proyectos de colonias agrícolas
en la Patagonia argentina y con los largos viajes
que emprendió alrededor del mundo.
En 1869 publica Reclus su Historia de un arroyo
con la casa Hetzel, editora a la sazón
de las novelas de Julio Verne. Ambos fueron estrictos
contemporáneos: Verne nació apenas
dos años antes y los dos murieron el mismo
año. Sin duda se conocieron, y se sabe
que el novelista, que apenas se movió de
Francia, utilizó frecuentemente los estudios
geográficos de Reclus cuando quiso describir
los escenarios de sus historias aventureras y
aportar verosimilitud al relato con los datos
científicos minuciosamente registrados
por el geógrafo.
La Geografía Universal de Reclus constaba
de 19 volúmenes y contó con numerosos
colaboradores. El príncipe Piotr Kropotkin
se encargó de la parte rusa. En el prólogo
a Historia de una montaña cuenta que en
una ocasión le preguntó a su amigo
-reflexionando sobre algunas pinturas que había
contemplado en El Prado- por qué lo que
es muy bello vive durante siglos, y que Reclus
le contestó: “Lo bello es una idea
pensada en sus detalles”. En una época
en que todavía quedaban en el mundo zonas
en blanco, inexploradas, Élisée
Reclus trató de completar el puzzle ofreciendo
croquis y mapas sobre grupos humanos, vegetación,
climas, acontecimientos, y poniendo en relación
todo eso.
La historia del infinito está contada en
la gota de agua. La vida de Reclus está
marcada por desplazamientos de lo grande a lo
pequeño, del ámbito público
al privado, por cambios de escala y de perspectiva.
En 1870, al estallar la guerra franco-prusiana,
se alistó en la sección aeonáutica
de la Guardia Nacional que dirigía su amigo
Nadar, pionero de la fotografía y de los
viajes en globo y amigo también de Verne,
a quien sirvió de modelo para el Ardan
de De la Tierra a la Luna. Al igual que Elie,
que fue en esos días director de la Biblioteca
Nacional, Élisée tuvo una destacada
participación en la Comuna de París,
por lo que durante muchos años vivió
exiliado en Suiza. En 1894 fijó en Bélgica
su última residencia: allí impartió
clases en la Universidad Nueva de Bruselas y promovió
con sus recursos un Instituto de Geografía.
Paul Reclus, el hijo de Elie, vivió muy
cerca del geógrafo y fue su ayudante durante
los últimos años. En un escrito
esboza un perfil, no ya del personaje público
ni del sabio, sino de la persona en zapatillas:
Recuerdo a Élisée sentado en su
escritorio. Se pasaba el tiempo tarareando por
lo bajito una cantinela que parecía ser
esencial para la redacción de su prosa.
(...) No corregía mucho sus textos. Una
vez había dado con la idea, sabía
ponerla en palabras fácilmente. Trabajaba
con una gran constancia; su divisa era “cada
día una página”. Podía
escribir, con lápiz, en los lugares menos
frecuentes: cuando el tren paraba, en la sala
de espera de una estación, en el extremo
de la barra de una taberna. Llevaba en su bolsillo,
dispuesta a modo de una cartuchera de soldado
caucasiano, toda una parafernalia de lápices
distintos. Su memoria era prodigiosa: para comprobar
un dato se levantaba de la mesa, cogía
el libro exacto, lo abría por la página
deseada y enseguida continuaba escribiendo. (...)
Era un excelente caminador. Su hija cuenta cómo
le gustaba jugar al escondite con sus hijos y
trepar a los árboles cuando veía
que podía ser descubierto. No podía
estar mucho tiempo sin practicar ejercicio físico;
ya cincuentón, asistió a una clase
de gimnasia con sus futuros yernos Régnier
y Cuisinier y conmigo. Vio a Régnier dando
un peligroso salto en el trampolín y él,
muy ilusionado, enseguida quiso repetir lo mismo.
Para la Exposición Universal de París
de 1889 Reclus proyectó un globo terráqueo
de cuarenta metros de circunferencia; un sueño
que no llegó a realizarse: el mundo apresado
de un golpe de vista. Ya no existen los ojos tan
azules como ese globo, ni el cuerpo pequeño
que fue haciéndose más y más
pequeño hasta desaparecer completamente.
Élisée está enterrado junto
con Elie en Ixelles (Bruselas), bajo una sencilla
losa pegada a la tapia del cementerio en la que
sólo aparecen grabados los nombres de ambos
y las fechas correspondientes. Tampoco existen
ya, por un golpe de fatalidad, muchos de los documentos
y planos que el geógrafo fue reuniendo
a lo largo de toda una vida de trabajo. En 1923
un sabio japonés, Mr. Ishimoto, quiso abrir
en Tokio un Instituto de Geografía Élisée
Reclus. La biblioteca se empaquetó y fue
enviada para allá; las cajas estaban en
el puerto de Yokohama esperando a ser desembarcadas
cuando se produjo el terrible terremoto que recuerdan
las enciclopedias: el incendio del muelle provocó
el hundimiento del barco con toda su carga.
A pesar de estas desapariciones, el nombre de
Reclus sigue siendo recordado por lectores de
muchos países y ha sido transmitido de
padres a hijos. Los más jóvenes
pueden llegar a conocerlo asomándose a
algunos lugares y a través de diferentes
publicaciones que aún hoy son accesibles.
Mejor que eso, vale la pena salir al campo un
día de sol y seguir el rastro del agua,
seguir el río en busca de su fuente, sentir
el aire en la cara, sentirse parte del mundo y
desear compartir eso con otros.
H. Hidalgo.
Fuente:
http://www.mediavaca.com/autores/fichas/Felisee.htm
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