Nació en Monterrey, N.L., el 17 de
mayo de 1889; falleció en México,
D.F., el 27 de diciembre de 1959. Ingresó
en la Academia el 19 de abril de 1940 como
numerario; silla que ocupó: XVII (3º).
Cargo: Director (11º): 1957-1959. |
Alfonso
Reyes
El 17 de mayo de 1889 nació en la ciudad
de Monterrey; estudió allá y después
en México, hasta graduarse de Licenciado
en Derecho. Formó parte del "Ateneo
de la Juventud", 1908-1912 ca., con Antonio
Caso, Vasconcelos, Torri, Henríquez Ureña,
etc., grupo brillantísimo que fue determinante
en un momento clave de nuestra historia cultural.
En 1913 ingresa al Servicio
Diplomático y es adscrito a nuestra Legación
en París; pero al año siguiente,
por las circunstancias políticas de la
Revolución, es suspendido en sus funciones
y pasa a vivir en Madrid, muy modestamente, exclusivamente
de su pluma: traducciones, artículos y
diversas colaboraciones en periódicos,
etc.; en el Centro de Estudios investiga y trabaja
bajo la dirección de Menéndez Pidal,
y en esos años se relaciona con el medio
literario español. En 1920 es repuesto
en su escalafón diplomático, primero
en Madrid, luego designado Ministro Plenipotenciario
en París, hasta 1925; enseguida Embajador
de México en Buenos Aires, luego en Río
de Janeiro y otra vez en Buenos Aires, además
de otras misiones ocasionales. Regresa a México
y en 1939, ya retirado del Servicio, funda y dirige
El Colegio de México, y se consagra, durante
veinte años, primordial y casi exclusivamente
a sus tareas de escritor, en su riquísima
biblioteca, hoy al servicio de investigadores
y estudiosos, llamada "Capilla Alfonsina".
Murió el 27 de diciembre de 1959.
Es imposible enumerar los honores
y distinciones que recibió: cinco Doctorados
Honoris Causa, fue el primero en obtener el Premio
Nacional de Letras, fue miembro fundador de El
Colegio Nacional, perteneció a innúmeras
instituciones culturales. En la Academia Mexicana
ingresó, como Miembro Correspondiente,
en octubre de 1918 (vivía en Madrid), pasó
a serlo de Número en septiembre de 1939
ocupando la silla XVII; luego, fue Director de
esta Academia, de 1957 a 1959.
Don Alfonso Reyes comenzó
su carrera de escritor en 1905, publicando tres
sonetos en un diario de Monterrey (tenía
16 años de edad); tal vez su último
escrito fue la breve nota necrológica sobre
Fernández Mac Gregor, publicada cuatro
días antes del fallecimiento del propio
Reyes. Estos cincuenta y cuatro años de
producción activa e intensa se fueron condensando
en mucho más de un centenar de libros,
desde Cuestiones estéticas, 1911 (que con
justicia causó admiración como obra
tan seria salida de pluma de un autor de veinte
años), hasta un título que no sabemos
cuál será el último, pues
están siendo recogidos escritos que dejó
inéditos. Todo eso se ha venido compilando,
cuidadosa y ordenadamente, con el gran esfuerzo
que es de suponer, y hasta ahora se han publicado
XIX tomos de las Obras completas de Alfonso Reyes
(Ed. Fondo de Cultura Económica, México,
1955-1972), y no se puede prever cuántos
tomos faltarán para contener, efectivamente,
el acervo completo de lo escrito por don Alfonso
Reyes. En tales condiciones ya se comprenderá
que es de todo punto imposible dar aquí
ni siquiera la lista de los libros de Alfonso
Reyes; por eso ha parecido preferible mencionar
solamente los temas principales que don Alfonso
acometió, advirtiendo que a algunos de
ellos corresponden varios libros, a algunos dos
o cinco, a otros seguramente quince o veinte.
Temas literarios, o más
bien relativos a diversas literaturas: iniciados
con estudios sobre la poesía de Manuel
José Othón y otros puntos de letras
mexicanas, seguidos de investigaciones eruditas
sobre Góngora, esos temas los prosiguió
siempre, en muy diversas formas y terrenos: de
letras y literatos de México y toda Hispanoamérica,
de España, en especial de los Siglos de
Oro; en letras francesas destaca su interés
por Mallarmé, Proust, Montaigne y otros;
tradujo a Chesterton y estudió a varios
autores de letras inglesas. Son muchos los estudios
y ensayos de Reyes en campos distintos dentro
del conocer literario: en la historia literaria,
constantemente la apreciación crítica,
muchos y a veces muy rigurosos de teoría
literaria, como El deslinde.
Cultivó la creación
literaria, parca pero brillantemente en el cuento,
la novela corta y en el teatro, Ifigenia cruel,
y largamente, toda su vida, en la poesía
lírica. Aunque desde temprano hizo apuntes
y muchísimos de su escritorio rezuman lo
autobiográfico, sólo al trasponer
la madurez de su edad se resolvió a escribir
parte de sus memorias, expresamente su biografía,
anécdotas y temas similares.
Siempre gustó de alternar
los temas graves y de estudio con los de entretenimiento
y ligeros, lo que es lógico y natural en
un escritor, como don Alfonso, que decía
"escribo, como respiro", y que reiteradamente
afirmó (y siempre confirmó) que
el escribir era parte de su economía vital.
Así, a un tiempo mismo que estudiaba los
temas hondos y eruditos, seguía escribiendo,
como para descansar, cosas como las que llamó
"briznas" (chispazos de ingenio en un
par de líneas), versos de circunstancias
o de cortesía, cosas mil entre las que
destacan, por ejemplo, deliciosas páginas
de erudición y curiosidades gastronómicas,
que él reunió en un volumen Memorias
de cocina y bodega.
Nada de eso le impedía
tratar cuestiones diplomáticas y de asuntos
internacionales, ya fueran como deliberada exposición
y estudio, o bien como recuerdos, comentados,
de lo que había vivido en “la carrera”
o que por algún motivo era conveniente
mencionar.
El género que más cultivó,
que cultivó siempre, fue el ensayo, en
toda la amplitud, vastedad y variedad de esa modalidad
literaria, siempre ilimitada por su propia índole.
Magníficas son algunas de sus grandes síntesis
y exposiciones de temas históricos o sociológicos;
abundantísimos y magistrales lo de asuntos
filológicos, lo de geografía y viajes,
de plantas y animales, como la Historia natural
das Laranjeiras; los que acusan al fino observador
de ideas y sentimientos en sí mismo y en
los demás; tantos y tantos ensayos en los
que da importantes informaciones, observaciones
curiosas y siempre interesantes comentarios sobre
los asuntos más diversos. Esa pluralidad,
de auténtico origen humanista, en el sentido
estricto del término, cierta vez le fue
censurada por alguien de criterio nacionalista,
y don Alfonso contestó demostrando que
el tema de México ha estado en su obra,
desde Visión de Anáhuac, 1917, hasta
La X en la frente, 1952, y a todo lo largo de
su vida y de sus escritos.
También a lo largo de cincuenta años,
un tema constante y recurrente: la antigüedad
clásica, principalmente Grecia. La retórica
de Quintiliano y el teatro griego; la vida y las
letras de la antigua Hélade, los héroes
y los dioses; el pensamiento y las costumbres,
todo, incluyendo su hermosa traducción,
en versos alejandrinos castellanos, de las nueve
primeras rapsodias de La Ilíada, con un
cuerpo de notas que valen por un breve manual
de temas helénicos. Y otro tanto puede
decirse de muchos de sus libros.
Hemos quedado lejos de informar bien de la obra
de Reyes, pero ella es tan notoria y el nombre
de su autor cubre de tal modo una larga etapa
de las letras mexicanas, que cualquier lector
interesado estamos seguros que no tendrá
dificultad en encontrar los datos pertinentes,
que aquí no pudieron ser más explicados.
Una vida tan plena y una obra tan vasta no pudimos
sintetizarlas más en este breve espacio;
sólo el propio don Alfonso Reyes hubiera
podido hacerlo, ya que, en dos de sus deliciosos
ensayos, fue capaz de poner “El Brasil en
una castaña” y “México
en una nuez”.
José Rojas Garcidueñas
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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