Nació
en Yucatán, hoy Campeche, Yuc., el
2 de abril de 1848; falleció en Coyoacán,
D.F., el 9 de febrero de 1925. Ingresó
en la Academia el 31 de marzo de 1892 como
numerario; silla que ocupó: V (2º).
Cargos: Bibliotecario (3º): 1909-1914. |
Francisco
Sosa
En el puerto de Campeche, del estado de Yucatán,
nació el 2 de abril de 1848. En Mérida
hizo sus estudios primarios y hasta algunos de
los superiores y comenzó a escribir poemas
y artículos y fundó, con Ramón
Aldana, la Revista de Mérida, que duró
bastantes años. Pero las circunstancias
políticas (su padre fue funcionario del
Imperio y tuvo que huir en 1866) hicieron que
el joven Pancho Sosa viniera a México y
fue aquí donde realizó su carrera
de escritor y su vida de periodista y funcionario.
En México fue bien acogido;
desde luego empezó a publicar en semanarios
como El Domingo y El Nacional; se hizo amigo de
sus contemporáneos escritores como Juan
de Dios Peza, Agustín Cuenca, Manuel Acuña,
y naturalmente de sus paisanos Justo y Santiago
Sierra, viendo como maestro a Ignacio M. Altamirano
y a don Vicente Riva Palacio.
Poco más tarde reunió
en un volumen parte de su obra juvenil (la prosa,
pues los poemas fueron quedando, sin recopilar,
en los periódicos en que fueron apareciendo),
narraciones que llamó Doce leyendas (Imp.
de Ireneo Paz, México, 1877), título
inexacto, porque las más son novelas cortas,
el volumen contiene: "En el mar", "Magdalena",
"Amor y venganza", "El doctor Cupido",
"La hoja seca", "El Privado",
"Un protector", "Por una madrastra",
"Una venganza", "El sueño
de la magnetizada", "Luisa" y "Rosalinda".
Ocho de esas narraciones habían sido publicadas
entre 1871 y 1873. Todas son de una composición
harto simple, de estilo bueno y de un agudísimos
romanticismo, como el que privaba en México,
y aun persistió en provincias, hacia 1870;
el romanticismo cuyo más notorio exponente
fue Acuña, con sus amores tormentosos o
imposibles, sus éxitos momentáneos,
sus persistentes angustias y desesperanzas y la
copa de cianuro final. Una de las novelitas de
Sosa, "El Privado", pone su acción
en Mérida y en 1677, pero no es literatura
de la que más tarde llamaríamos
"colonialista", es, simplemente, el
toque arcaizante y naturalmente falso, grato al
romanticismo. Otra, "Un protector",
acontece en Puebla en 1863, época actual
para cuando se escribió, pero cuyo ambiente
y acción corresponden, rigurosamente, al
sitio y toma de Puebla por las fuerzas francesas
de la Intervención, contra los republicanos
liberales de González Ortega y Comonfort,
a los que pertenece el protagonista; el interés
está en que muestra, en época temprana,
el gusto de Sosa por utilizar material histórico,
que habrá de ser su propia y mejor vena
de creación literaria.
Así lo muestran dos grandes
obras, acaso las principales entre las muchas
que escribió: una es El Episcopado mexicano
(Imp. de Hesiquio Iriarte y Santiago Hernández,
México, 1877), meritísima recopilación,
investigación y publicación de los
datos de vidas y obras de la larga serie de los
arzobispos de México, libro ilustrado con
litografías de los magníficos lápices
de los editores, Iriarte y Hernández, que
como es bien sabido figuran en el grupo de los
grandes litógrafos que México tuvo
en el siglo pasado. El otro importante volumen
de Sosa es Biografías de mexicanos distinguidos
(Imp. de la Sría. de Fomento, México,
1884), que contiene más de un centenar
de breves biografías y semblanzas de personajes
notables, donde con muy amplio y buen criterio
figuran desde los Padres de la Patria hasta muchos
ilustres médicos, ingenieros, militares,
eclesiásticos, etc., desde algunos precortesianos,
como Nezahualcóyotl, hasta varios de los
coetáneos de Sosa; aunque para un buen
grupo de estos últimos hizo colección
aparte en otro volumen, Los contemporáneos
(Imp. de G. A. Esteva, México, 1884).
Combinado lo biográfico
con la historia del arte escribió varias
monografías, estimabilísimas para
los estudios de hoy, como fueron: Las estatuas
de la Reforma (Imp. Sría. de Fomento, México,
1900), sobre los personajes y los bronces que
los representan, obra de Jesús Contreras
y otros escultores, en el Paseo de la Reforma;
El monumento a Cuauhtémoc, 1887; El monumento
a Colón, 1879; Bosquejo histórico
de Coyoacán, 1890, y otros muchos estudios
más.
Don Francisco Sosa trabajó
varios años en la Secretaría de
Fomento, fue diputado y luego senador; en 1909
fue nombrado Director de la Biblioteca Nacional,
de la que hizo y publicó un estudio histórico;
de ese cargo fue destituido, con gran injusticia,
en 1912. Pasó muy largos años recluido
en su vieja casa de Coyoacán, situada en
la calle que, desde hace algún tiempo,
lleva el nombre de Francisco Sosa. Enfermedades,
soledad y grandísima pobreza amargaron
la última etapa de su vida, que se extinguió
el 9 de febrero de 1925.
El años de 1892 fue designado
miembro de la comisión mexicana que fue
a España para tomar parte en la celebración
del cuarto centenario del descubrimiento de América;
en seguida visitó, con cierto detenimiento,
varios países de Europa, muy especialmente
Italia. Más tarde, en 1903, publicó
un pequeño libro Recuerdos de Italia.
Poeta romántico, periodista muy joven y
hasta su vejez, escritor prolífico; seguramente
las más valiosas de sus aportaciones a
las letras mexicanas quedaron en el género
biográfico, que cultivó tan larga
y copiosamente, y también en las monografías
históricas, de todo lo cual apenas si se
han dado los datos esenciales en estas páginas,
que no registran de ningún modo su bibliografía
completa.
Don Francisco Sosa ingresó a la Academia
Mexicana en marzo de 1892, ocupando la silla número
V; más tarde fue nombrado Bibliotecario
de la propia Academia, cargo que ocupó
varios años.
José Rojas Garcidueñas
Semblanzas de Académicos. Ediciones del
Centenario de la Academia Mexicana. México,
1975, 313 pp.
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