Nació
el 30 de septiembre de 1765 en la ciudad de
Valladolid que hoy se llama Morelia y es capital
del estado de Michoacán. Fue hijo de
Manuel Morelos y de Juana Pavón. El
abuelo era maestro y el padre de oficio carpintero.
Al morir su padre recibió la protección
de su tío Felipe Morelos. Pertenecía,
pues, a familia modesta y de escasos recursos.
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José
María Morelos
Primeros años
José María pasó sus primeros
años entregado a labores agrícolas.
Más tarde fue pastor de ganado. Tal vez
con el ánimo de conocer mundo y de ganar
más dinero se dedicó a la arriería
que entonces era profesión de mucho provecho.
Los arrieros viajaban por todos los caminos, veredas
y vericuetos, valles y montañas del ancho
territorio del país. Iban de un sitio a
otro, llevando y trayendo mercancías. A
veces hacían viajes larguísimos;
de las tierras del norte a las playas del sur
y del oriente.
Morelos iba con los arrieros que recorrían
las rutas de Valladolid, México y Acapulco.
Con estos oficios y estos viajes conoció
a los hombres, la pobreza de los indígenas
y descubrió el secreto de los valles, de
las montañas, de los ríos y bosques.
Así penetró en el escenario de sus
futuras hazañas militares.
Sus estudios
No se sabe cómo ni por qué, de pronto,
abandonó aquellos trabajos rústicos
y decidió entregarse a los estudios. Quizá
influyeron en tan importante decisión los
consejos de personas mayores que descubrieron
en él muestras de inteligencia y buen criterio.
Así vemos que en Valladolid se inscribió
en 1790 en el Colegio de San Nicolás, donde
enseñaba don Miguel Hidalgo y Costilla.
Después pasó al Seminario Tridentino.
Y más tarde se trasladó a México
y en la Universidad Pontificia, en 1795, recibió
el grado de bachiller. Completados sus estudios
mereció la investidura de presbítero.
El cura
Mientras vivió en Valladolid no se separó
de su madre ni de su hermana Antonia. Amoroso,
cuidaba de todo lo que habían menester
sus familiares. De 1796 a 1798 residió
en Uruapan donde para ayudarse daba clases de
gramática y retórica a los niños
que iban a seguir cursos superiores en México.
En 1798 fue designado cura de Churumaco, pequeño
pueblo de unos cuantos vecinos. A este lugar se
trasladó con su familia. Apenas empezaba
a ejercer su ministerio, su madre se enfermó
de gravedad. Tan mal se puso que Morelos decidió
enviarla a Valladolid para que la vieran no brujos,
sino verdaderos médicos. La madre no resistió
el viaje, empeoró y al pasar por Pátzcuaro
murió.
Más tarde Morelos fue cura en Carácuaro,
donde su vida fue todavía más miserable
pues los vecinos a duras penas cubrían
las cuotas debidas para su sostenimiento. Vivió
así en la más callada pobreza, como
correspondía a la humildad cristiana de
los curas mexicanos vinculados a las aldeas y
pueblecitos donde ejercían su ministerio.
La entrevista de Morelos e Hidalgo
El espíritu de esta entrevista la ha
recogido la leyenda de los patriotas mexicanos.
Según cuentan las gentes, un día
se le presentó Morelos a Hidalgo y le
dijo:
- Señor, quiero ser capellán del
ejército insurgente.
Hidalgo le replicó:
- ¿Entonces abandona su curato, padre?
- Sí, señor, ya lo he abandonado.
- ¿Está decidido a unirse a nuestra
causa, no obstante los peligros que va a correr?
- Mi decisión es antigua. Vine a Valladolid
para cerciorarme del movimiento y también
para ver una vez más, con mis propios
ojos, las injusticias que sufre el pueblo, las
mil formas de despotismo que sufre, la crueldad
de los capataces y las intrigas de la Inquisición.
Por todo esto estoy dispuesto a unirme a los
que luchan por la patria.
Entonces el cura Hidalgo, tendiéndole
los brazos le dijo:
- Mejor que capellán, será usted
general en nuestros ejércitos.
La idea insurgente
De tiempo atrás el pueblo -el pueblo
era mexicano dentro del propio régimen
de la Nueva España- anhelaba la independencia
y la libertad. En pleno periodo virreinal hubo
sublevaciones de indios, de negros y de criollos
contra el absolutismo que sufría el país.
Todas fueron sofocadas a sangre y fuego. Parecía
que la lucha era inútil porque sobre
el pueblo pasaban fuerzas militares, económicas
y eclesiásticas.
Es casi seguro que por este tiempo, Morelos
había tenido correspondencia con emisarios
del cura Hidalgo y los conspiradores de Querétaro.
La idea de la insurgencia empezaba a tomar cuerpo
en diferentes núcleos sociales.
La situación que prevalecía en
España era propicia para el movimiento
libertador. El rey de España había
sido depuesto por Napoleón. El pueblo
español estaba en rebeldía con
el invasor francés. Los mexicanos pensaron
entonces, con razón, que desaparecidos
los poderes españoles, la soberanía
de estas colonias de América tenía
que recaer en el pueblo mismo. Nadie más
que el pueblo era capaz de crear la naturaleza
de su gobierno. Tal era la idea de los insurgentes
mexicanos y de los insurgentes del sur de América,
según lo habían de manifestar
Bolívar, Artigas y San Martín.
Es posible que Morelos, desde antes del grito
de Dolores, hubiera hecho ya preparativos para
sublevarse con la gente de su parroquia. Acaso
tenía en su curato armas y municiones.
Un día, madurada su idea de protesta,
se dirigió a Valladolid para informarse
mejor de los pasos que daba el incipiente movimiento
insurgente.
Aquí vino su bautizo de fuego. Se enfrentó
con tropas realistas que andaban merodeando
por aquellos contornos. Aunque el tiroteo fue
recio por ambas partes no se llegó a
una batalla formal. Morelos acabó por
guarecerse en el campamento que había
establecido. Tal fue su primera experiencia
militar. En seguida entendió que el coraje
de los hombres debía ceñirse a
la disciplina y al buen orden para obtener triunfos
perdurables. Morelos tenía agallas para
hacer de aquellas chusmas un ejército
digno de la causa que defendía.
Morelos insurgente
Entonces surgió el Morelos insurgente.
Las estampas de la época nos lo muestran
como un hombre de tez broncínea, de pelo
negro, de mirada penetrante y de gesto agrio.
Su vestimenta era una mezcla de sotana y de
arreos militares. Tal parece que no quiso desprenderse
de su hábito sacerdotal. Era cura y soldado
al mismo tiempo. Una de sus características
fue el pañuelo con que se cubría
la cabeza. Era buen jinete y sabía conducir
sus caballos al paso conveniente de las peripecias
de la guerra y de los caminos por donde transitaba.
Cuando en el filo de una loma aparecía
jinete en su caballo negro era como el anuncio
de una fuerza ciega que estaba a punto de desatarse
sobre el enemigo. Su sola presencia imponía
respeto. Cuando se lanzaba al combate brillaban
por igual sus ojos y su desnuda espalda.
Su primera campaña
Nació el guerrillero. Morelos empezó
por allegarse hombres y armas. Salió
de Carácuaro, ya como lugarteniente de
Hidalgo, con 25 hombres armados con escopetas
y lanzas. En seguida emprendió la marcha
hacia Zacatula con el propósito de engrosar
su ejército en el camino y en las rancherías
del tránsito obligado. Su plan consistía
en acercarse a las costas surianas de México.
En esta gira se le unió el capitán
Marcos Martínez que disponía de
50 hombres armados con armas de fuego. Más
tarde en Patallán se le agregaron otros
100 hombres también armados con fusiles
y poseedores de algún parque de cacería.
En Tecpan se le juntaron los hermanos Galeana
que tanta fama habían de alcanzar durante
las luchas insurgentes. Los Galeana aportaron
armas de fuego y hasta un viejo cañón
pero que todavía daba buen servicio.
Cuando Morelos llegó a Aguacatillo contaba
con una tropa de más de 3 000 hombres
más o menos armados, pero dispuestos
a dar la pelea. Así continuó su
marcha por las playas del sur hasta acampar
en el pueblo de Pie de la Cuesta. En hora buena,
se le unió un buen contingente de indios
procedentes de Atoyac.
Asalto a la fortaleza de San Diego,
de Acapulco
Asaltar la fortaleza de San Diego, de Acapulco,
era una audacia militar que sólo Morelos
podía acometer. Un acto así de
tanto empuje estaba de acuerdo con su carácter
y su temperamento. La fortaleza rechazó
con bizarría los asaltos de los insurgentes.
No flaqueó nunca. Disparaban sin cesar
los cañones realistas emplazados en las
murallas del fortín y no dejaban de hacer
fuego las fragatas surtas en la bahía.
Para evitar una desbandada de sus tropas novatas,
Morelos se plantó en un camino, aun a
riesgo de ser atropellado por los suyos. Ante
su ejemplo muchos se contuvieron en su carrera
y volvían a la carga. Morelos les gritaba:
- No huyan, no huyan porque estamos ya fuera
de peligro.
Luego, cuando su gente empezó a juntarse
añadió:
- En Tecpan nos vamos a acuartelar.
Ya con esta orden logró salvar gran parte
de su ejército. Una vez en Tecpan se
dio a la tarea de reorganizar y abastecer su
ejército.
Tixtla
Después de revisar sus tropas en Tecpan
se encaminó a Tixtla. La batalla que
tuvo lugar en esta población es digna
de recordación histórica. Frente
a la plaza los clarines de Morelos tocaron paso
de ataque. Su cañoneo tiró la
torre de la parroquia, desmontó la artillería
enemiga e infundió el pánico entre
los españoles. Tixtla se convirtió
en un caos. Los Galeana, Vicente Guerrero y
los Bravo atacaron simultáneamente por
diferentes flancos. Por último se asaltó
la trinchera del atrio de de la parroquia y
así se derrumbó la resistencia
del enemigo. En ese instante las tropas del
rey tocaron parlamento y a poco se rindieron
a Morelos. El cura de la localidad, vestido
con sus ornamentos y acompañado de otros
sacerdotes y numerosos vecinos salió
a la plaza para hablar con el caudillo. Ante
ellos Morelos se descubrió pero no se
desmontó de su caballo y con voz recia
que denotaba su coraje dijo:
- ¿A qué viene, señor cura,
todo este aparato que ha armado? Nadie ofende
a los vecinos de este pueblo. Vuelva usted a
su iglesia y tranquilice a la gente que sólo
usted ha soliviantado y engañado. Traemos
paz y libertad y no ruido ni temores.
Luego Guerrero arengó a los prisioneros
con tal brío y tal sinceridad que muchos
se pasaron a las filas de los insurgentes.
Después de esta acción Morelos
se dirigió a Chilpancingo y los Bravo
se quedaron en Tixtla para guarecer la plaza
y nombrar nuevas autoridades.
Chilpancingo
La marcha sobre Chilpancingo la realizó
Morelos con poca gente armada. Ni la milicia
ni la población de Chilpancingo imaginaban
la proximidad del enemigo. Por aquellos parajes,
entre selvas y montañas, se vivía
en la más completa ignorancia de la realidad.
Cuando menos lo esperaba la gente de Chilpancingo
ya tenía encima la tropa de Morelos.
En una colina cercana aparecieron varios jinetes;
uno de éstos, el que empuñaba
una bandera negra, era Morelos. Antes de entrar
en batalla, hizo que uno de sus lugartenientes
bajara al pueblo con bandera blanca, para intimar
la rendición.
Después de oír las palabras del
mensajero, el capitán español
contestó:
- Dígale a su jefe que los soldados del
rey no se rinden.
Entonces Morelos dio la orden de ataque y picó
espuelas. Sólo se detuvo en el centro
de la plaza.
Chilapa
Este centro indígena, casi en las goteras
de Chilpancingo, fue mientras tanto el centro
militar de las acciones de Morelos. Aquí
pudo juntar provisiones y requisar armas. Los
telares del lugar le fueron muy útiles,
pues con sus telas y mantas pudo vestir con
más decoro a su ya numeroso ejército.
En breve tiempo impuso, como él sabía
hacerlo, orden y disciplina entre aquella gente
arrancada del campo y que estaba hecha a cualquier
caprichosa libertad. Con mano dura castigó
las deserciones y de modo especial la pérdida
o la destrucción de las armas, que con
tanta dificultad se podían allegar. Los
dinero que se agenciaba los destinaba al servicio
de la causa insurgente; jamás se supo
que se empleara en provecho personal de algún
jefe o de sus familiares. Así fue como
se ganó Morelos la confianza y veneración
de sus huestes.
Contratiempos
Por aquel entonces se supo de la prisión
y muerte de Hidalgo y Allende. Tan tremenda
desgracia era capaz de desmoralizar y de abatir
a los insurgentes, que apenas empezaban a adiestrarse
en las cosas de la guerra. Esta pérdida
fue una verdadera amenaza para la disciplina
del ejército. Vino luego a agravar la
situación la asonada que fraguaron Mariano
Tavares y David Faro. La buena marcha del movimiento
a punto estuvo de comprometerse. Pero Morelos
actuó con rapidez y energía y
desbarató la intriga, restableció
el orden y a los cabecillas los mandó
fusilar. No podía hacer otra cosa, si
quería mantener el principio de autoridad
y la necesaria unidad de acción que reclamaba
la causa.
Cuautla
Morelos tomó la plaza de Tlapa sin encontrar
verdadera resistencia. Seguro de su derrota
el enemigo prefirió retirarse con la
mayor parte de sus elementos. Quedaban a la
vista las puertas de Cuautla, población
principal situada en el cruce de importantes
caminos que iban hacia el sur y a la meseta
del norte. En cuanto Mateo Musito se dio cuenta
de la aproximación de Morelos, se encargó
de la defensa de la ciudad; tomó las
medidas bélica que estimó necesarias:
fortaleció su propia casa y el convento
y levantó trincheras en las principales
calles. Juntó a la gente de que podría
disponer y la distribuyó en los sitios
más vulnerables. Pero Musito no contó
con la audacia de Morelos y la entereza de sus
huestes. Morelos, con los cien hombres de su
escolta y un grupo de indios flecheros, asaltó
la plaza y en breve tiempo dominó las
fortificaciones. En un momento el grueso de
su ejército cayó sobre los realistas,
los redujo a la inacción y Musito, en
unión de sus oficiales, cayó prisionero.
Musito ofreció 50 000 pesos por su vida,
pero Morelos no aceptó y lo mandó
fusilar. Así Morelos dominó aquella
importante plaza.
Tenancingo
En enero de 1812, cuando Morelos se presentó
con sus huestes frente a la plaza de Tenancingo,
sin dar tiempo a que el enemigo se pusiera en
plan de defensa, dispuso sus tropas en plan
de batalla. Los clarines anunciaron fuego y
fue tan fulminante el ataque que los españoles,
después de desesperada lucha a veces
cuerpo a cuerpo, tocaron retirada y abandonaron
el reducto, pero antes de retirarse incendiaron
la población. En su fuga dejaron en manos
de Morelos un gran botín de guerra, artillería,
municiones y bastimentos. La gloria de Morelos
creció y bajo sus banderas se cobijaron
nuevos hombres que engrosaron las filas insurgentes.
El sitio de Cuautla
Por entonces la situación del Virreinato
estaba comprometida. La capital se veía
casi aislada. Escaseaban los víveres,
no podían llegar por los canales de Chalco
y de Xochimilco, ni granos ni aves ni hortalizas.
Los comerciantes con este motivo subían
los precios de lo más indispensable.
Los caminos se veían asediados por las
gavillas de insurgentes y también por
forajidos que se valían de la ocasión
para cometer depredaciones. No era posible transitar
por las calzadas que iban a Valladolid, Puebla,
Tlaxcala, Orizaba y Veracruz. Toda la región
de Oaxaca estaba prácticamente en manos
de los insurgentes.
El virrey pensó, con acierto, que era
indispensable atacar al mismo tiempo Cuautla,
Izúcar y Taxco. Pero como no tenía
tropas suficientes para emprender con éxito
una campaña de tal envergadura, decidió
concentrar sus esfuerzos sobre la plaza de Cuautla..
Morelos, no se arredró ante tal amenaza
y se dispuso a resistir cualquier ataque. Cuautla
era un sitio estratégico favorable para
la defensa. Estaba rodeada de haciendas propicias
para recabar bastimentos y acarrear agua. El
clima, además, fuera de la temporada
de lluvias, era apacible y hasta ofrecía
un buen regalo al espíritu.
Izúcar
Después de la toma de Cuautla, Morelos
se dirigió a Izúcar. Esta plaza
no le ofreció resistencia; tal era el
temor que infundía la sola presencia
de Morelos y de sus gentes. El cura Matamoros,
no malgastó el tiempo y desde un principio
se dedicó a fortificar la población
previendo el casi seguro ataque de los realistas
que merodeaban ya por el lugar. Y así
sucedió: a los pocos días los
españoles en grupos cerrados cayeron
sobre Izúcar. En su primer empuje lograron
penetrar en la plaza no obstante sus recias
trincheras; pero no pudieron afirmar sus posiciones;
fueron rechazados y en la refriega murieron
dos de sus principales jefes y perdieron la
artillería que habían arrastrado
hasta el lugar. Para librarse de un desastre
tocaron retirada.
Las tropas de Morelos, se componían de
1 000 hombres de a pie, 1 000 a caballo y otros
1 000 que se utilizaban en trabajos de la retaguardia.
Mientras Morelos se aprestaba a la defensa de
la plaza, Calleja formalizaba sus planes de
ataque. Obrando con premura quiso aprovechar
un sitio que estimó débil y lanzó
una embestida con un buen núcleo de sus
tropas. Pero el mismo Morelos le salió
al encuentro y lo hizo con tanta temeridad que
estuvo a punto de caer prisionero. Morelos decía
a los suyos que lo instaban para que se retirara:
- Vale más morir peleando que regresar
corriendo a Cuautla.
Mientras retornaba a la ciudad, después
de haber desbaratado el asalto de Calleja, Galeana
que iba a su lado le dijo:
- Señor, vamos más de prisa. Vamos
a otro paso.
- Amigo -le respondió Morelos- mi caballo
no tiene otro paso.
Al día siguiente Calleja intentó
otro asalto a la plaza. Esta vez se valió
de sus cuadros más aguerridos. Después
de un largo encuentro, los españoles
se creyeron ya dueños de la principal
trinchera, iban a gritar victoria cuando don
Hermenegildo Galeana salió en su defensa
y a boca de jarro mató al capitán
que dirigía el asalto. Su tropa se desbandó.
En otro punto que peligraba, el niño
Narciso García Mendoza, al ver que faltaban
los artilleros, con osadía increíble,
dio fuego a un cañón que hizo
estragos ante el enemigo. Así se salvó
la posición amenazada. Tan recia fue
entonces la defensa de los insurgentes que Calleja
ordenó una nueva retirada.
Ante este triunfo, Galeana pretendió
atacar al enemigo en su propio cuartel, pero
Morelos, prudente y sabedor de que sus fuerzas
no eran capaces de sostener un combate a campo
abierto, se opuso a tal medida y decidió
esperar el desenvolvimiento de la guerra.
El tiempo posterior lo gastaron ambos contendientes
en fortalecer sus posiciones y en adiestrar
a sus tropas. Antes de un nuevo ataque, Calleja
ordenó un recio cañoneo sobre
la plaza; pensó que sería suficiente
para doblegar toda resistencia. Pero resultó
que después de cada disparo los insurgentes
reparaban los desperfectos, hacían repicar
las campanas y como cosa de juego y de burlas
salían en procesión con cánticos
y danzas.
Para dar más mal a los españoles,
a medida que se alargaba el sitio, se acercaba
el tiempo de las lluvias que haría casi
imposible el tránsito regular de las
tropas y sería inútil intentar
mover la artillería. El clima, además,
se tornaría cada vez más insoportable,
con todas sus consecuencias de enfermedades.
Entonces pensó Calleja que levantar el
sitio equivalía a una derrota y a dar
ánimo al enemigo para proseguir con más
brío su campaña. El triunfo, en
efecto, estaba en manos de Morelos. Pero factores
imponderables torcieron el destino de la causa.
Empezaron a faltar, en forma alarmante, los
víveres y el agua. Además los
refuerzos que esperaba no pudieron llegar, tal
vez detenidos por tropas enemigas que merodeaban
por el rumbo. Así cundió el hambre
y la sed y se hizo peligrosa la desesperación
de las tropas. La población se encontró
también en lamentable situación
física. Morelos tomó consejo de
sus lugartenientes y después de sopesar
las posibles eventualidades del caso, decidió
romper el sitio.
Para despistar al enemigo mandó encender
fogatas en la plaza. Calleja, ofreció
indulto general y fijó cuatro horas para
recibir respuesta. Morelos no contestó,
dejó pasar el plazo que se le concedía
y dispuso la evacuación. En la madrugada
del 2 de mayo de 1812 empezó a salir
la tropa. La retirada por desgracia, fue sorprendida
por los vigías y escuchas del enemigo.
Vino el ataque de los realistas, se generalizó
el combate, la enconada persecución de
los fugitivos se hizo implacable y sobrevino
la confusión enmedio de las tinieblas
de la noche y nadie podía mandar a derechas
y nadie supo cómo obedecer.
Triunfó Calleja, pero Morelos logró
salvar parte de sus tropas con no pocas de sus
pertenencias bélicas. Al amanecer, a
lo lejos, se veía el ejército
insurgente que se alejaba. Enturbiaba su marcha
el polvo de la caballería. A su cabeza
iba Morelos. Todavía era Morelos.
El sitio había terminado después
de setenta y dos días de lucha. El sitio
y la evacuación constituyeron uno de
los episodios más heroicos de la guerra
de Independencia.
Se rehace Morelos
Después de romper el sitio de Cuautla
y de salvar a duras penas los restos de su ejército,
parecía que Morelos no podría
alzar cabeza ni reanudar la lucha en favor de
la causa. Pero Morelos tuvo coraje bastante
para marchar en auxilio de Valerio Trujano que
se encontraba en situación desesperada
y mal se sostenía en Huajuapan. El ataque
de Morelos decidió la suerte de los insurgentes
de Trujano. Los realistas no tuvieron más
remedio que tomar los abruptos caminos de Oaxaca.
En Tehuacán, Morelos se hizo dueño
de los caminos de Oaxaca, Puebla y Veracruz.
Así desbarató las comunicaciones
más indispensables con la capital del
Virreinato.
En una de estas acciones Nicolás Bravo,
por órdenes de Morelos, asaltó
el convoy que venía de Veracruz y se
dirigía a México. En esta acción
capturó grueso botín y 300 prisioneros
españoles y a estos hombres les perdonó
la vida no obstante de que acababa de recibir
la noticia de que su padre, don Leonardo, había
sido agarrotado. La nobleza de Nicolás
Bravo ha sido considerada como una de las más
nobles que se realizaron en la guerra de Independencia.
El 29 de abril de 1812 apareció Morelos
frente a Orizaba con un ejército de 1
200 hombres. Sus movimientos fueron tan rápidos
que los defensores casi no pudieron hacer resistencia
y al cabo de breves tiroteos, huyeron hacia
Córdoba. Morelos no se detuvo en Orizaba
y volvió a Tehuacán, plaza de
más posibilidades estratégicas.
En Tehuacán se le incorporaron Matamoros
con 2 000 hombres procedentes de Izúcar
y 2 000 más que aportó Nicolás
Bravo.
Así pudo reunir casi 5 000 hombres. Con
ellos decidió invadir la región
de Oaxaca. La marcha por montañas y vericuetos
inaccesibles fue lenta y penosa. Sólo
la presencia de Morelos y de sus leales lugartenientes
pudo realizar tal hazaña. Se detuvo frente
a Oaxaca el 25 de noviembre de 1812. Dispuso
sus planes con la celeridad y firmeza que en
él eran proverbiales. Su orden de ataque
tenía nada más que estas palabras:
- Acuartelarse en Oaxaca.
El asaltó se empezó a las 12 de
la mañana y en seguida el fuego se generalizó
por ambas partes. Pero los insurgentes, a medida
que pasaban las horas, fueron ocupando las trincheras
del enemigo, donde dejaban ondeando la bandera
de México. Morelos en su caballo negro
recorría los puntos más peligrosos
de sus avanzadas. Así infundió
ánimo y coraje a sus tropas.
Al fin llegó la victoria; cayeron los
últimos reductos del enemigo. A las 2
de la tarde del mismo día Morelos, rodeado
de sus lugartenientes, hizo su entrada triunfal
en la Plaza Mayor.
Esta fue la última etapa de sus grandes
triunfos. Orizaba, Tehuacán y Oaxaca
son las victorias de un ejército dirigido
por un capitán genial.
La nobleza de Nicolás Bravo ha sido considerada
como una de las más nobles que se realizaron
en la guerra de Independencia.
Sitio de Acapulco
La toma de Oaxaca tenía una consecuencia
militar lógica e inaplazable: el sitio
de Acapulco. Así lo entendió Morelos.
El 9 de enero de 1813 su ejército tomó
las medidas para emprender la conquista del puerto.
El 14 de marzo Morelos ordenó ya la marcha
de su ejército, dividido con todos los
rigores de la disciplina. Antes de un mes, el
6 de abril, inició sus operaciones de ataque.
Después de seis días de constante
bombardeo y de descargas de fusilería,
la tropa insurgente pudo ocupar el puesto avanzado
de los realistas que se denominaba La Caleta.
Pero todavía el asedio de la plaza había
de durar meses y meses. Fue hasta el 20 de agosto
de 1813 que los insurgentes pudieron tomar la
fortaleza de San Diego. Acapulco cayó en
manos de Morelos y la bandera de los insurgentes
fue izada en el torreón más alto
de la fortaleza. En el acto formal de la entrega
de la plaza Morelos dijo:
- Viva España, pero la España hermana,
no la dominadora de América.
Los meses trágicos
Los siete meses que gastó Morelos en la
campaña -desde la salida de Oaxaca hasta
la toma de Acapulco- fueron trágicos para
su vida militar y también para la causa
de la libertad nacional. Los triunfos de Morelos
encubrieron el anuncio de su postrer abatimiento.
Estos meses los aprovechó el virrey para
reorganizar su ejército y perseguir con
saña las partidas rebeldes que merodeaban
por los caminos y pequeños poblados en
el centro del país.
Además, la presencia de Morelos en Acapulco
era vigilada de cerca por nuevas tropas realistas
de refresco y bien pertrechadas. De hecho estaba
sitiado y sin esperanzas de recibir auxilio alguno.
El botín que había ganado en la
fortaleza de San Diego no era bastante para compensar
el peligro a que se exponía. Las páginas
postreras de la campaña de Morelos se empezaban
a escribir con acendrado dolor para la causa mexicana.
La política de Morelos
Al enterarse Morelos de las proclamas conciliadoras
de Calleja, comentó ante sus lugartenientes:
- Que entregue el bastón de mando a los
criollos y quedaremos en paz.
Era el criterio de la época; Morelos no
podía tener otro. No podía imaginar
siquiera que el gobierno fuera a pasar a los mestizos
o las masas indígenas. Los indios morían
en las batallas, en las minas y sobre los surcos
del campo, pero no tenían posibilidad de
ejercer ningún poder político. Así
pensaban los españoles -desde la Conquista-
y así pensaban los insurgentes, en plena
guerra de Independencia. Se podía hablar
de libertad, de igualdad, de tierras, de beneficios
morales, pero no se podía imaginar en un
ejercicio político encomendado en las manos
de los indios.
Al margen de la guerra, o entre la guerra misma,
Morelos se entregó a trabajos políticos
a los cuales lo incitaban su clara y poderosa
inteligencia. No le podía ser extraña
la función social de la causa que defendía.
Era necesario crear y ordenar la doctrina del
movimiento insurgente. Con pasión se entregó
a esta tarea. Se ha llegado hasta a señalar
el tiempo que le absorbió esta ocupación.
Se dice que de agosto a noviembre de 1813 se entregó
a estas actividades salvo viajes de inspección
en las zonas rebeldes.
Morelos formó parte de la Junta de Gobierno
de Zitácuaro. Cuando conoció la
Constitución de 1812 rechazó la
idea de que permaneciera en ella el nombre de
Fernando VII. Para Morelos Fernando VII era un
extraño y su nombre era nefasto para el
porvenir de la vida de México. Morelos
se empeñó en formar un Congreso.
En una de sus sesiones dio a conocer su famoso
discurso titulado “Sentimientos de la Nación”.
Pero ante los descalabros militares que sufría
la causa de la Independencia, ante las intrigas
que empezaban a tomar cuerpo en el propio bando
de los insurgentes, ante las humillaciones de
que se había hecho víctima a Morelos,
un día éste y Galeana hablaron así:
Galeana dijo:
- Todo se ha perdido porque usted se ha confiado
en hombres que no servían para las armas.
Me vuelvo al campo para vivir en paz.
Morelos le contestó:
- Si este último esfuerzo resulta inútil,
esté seguro de que también yo me
refugiaré en el campo en busca de tranquilidad.
El Congreso prosiguió sus sesiones caminando
de un sitio para otro. Un día estuvo en
el rancho de las Ánimas, otro en Ajuchillán,
después en Uruapan. Perseguido de continuo,
se refugió en Santa Efigenia de Poturo,
en Tiripitío, en la zanja de Apatzingán
y en Ario. Aquello era un continuo peregrinar
ante el acoso tenaz de los realistas.
En Apatzingán, el 22 de octubre de 1814,
el Congreso expidió el documento que se
llama “El Derecho Constitucional”.
En el acto de su promulgación estuvo presente
Morelos en el cual manifestó su entusiasmo
y su alegría entre la concurrencia. Pero,
en el fondo estaba abatido por las noticias que
a diario recibía de los campos de batalla.
Había perdido a Matamoros y a Galeana.
Cuando hablaba de ellos decía:
- Eran mis propios brazos.
Las ideas políticas de Morelos han sido
recogidas por la propia conciencia nacional. Morelos
quería la Independencia de México,
el reparto de la propiedad, la suspensión
de la esclavitud, la destrucción de castas
y la creación de un sistema republicano
sobre la base de igualdad y libertad.
Por estas ideas un día Andrés Quintana
Roo le dijo:
- Dios bendiga a usted, señor Morelos,
lo que piensa usted acerca de México es
verdad y verdad admirable.
Víspera del final
El Congreso no se podía sentar en ninguna
parte. De modo tenaz Agustín de Iturbide
le seguía de cerca los pasos. Como posible
refugio se pensó en Tehuacán.
Para ello había que marchar desde Uruapan
cruzando sendas amagadas por los realistas.
Para emprender tal marcha Morelos hizo acopio
de toda su energía y habilidad. Sus tropas
no llegaban a 1 000 hombres de los cuales sólo
500 tenían armas de fuego. Con tan pequeña
fuerza se propuso evitar todo encuentro con
el enemigo. Morelos hizo lo posible por desorientarlo
a fin de que no se fiera cuenta de la ruta que
seguía ni menos de su meta. El gobierno
más que capturar a los miembros del Congreso
quería apoderarse de Morelos, el hombre
que consideraba de más peligro. Hubo
un momento en que pareció que Morelos
había logrado sus propósitos.
Pero fue ilusión de un momento. Al fin
tuvo que aceptar el encuentro y la lucha con
el ejército realista. Morelos hizo, previamente,
que los miembros del Congreso se pusieran a
salvo y prosiguieran su marcha por senderos
menos expuestos.
El combate tuvo lugar en las lomas de Tezmalaca.
Desde un punto en el que Morelos entendió
que el encuentro le iba a ser fatal. Las filas
insurgentes pelearon dividiéndose así:
el ala derecha bajo la jefatura de Lobato, el
ala izquierda al mando de Nicolás Bravo
y el centro a las órdenes directas de
Morelos. Después de breve tiroteo ante
un enemigo más numeroso y mejor pertrechado,
cundió el pánico entre los insurgentes.
La derrota había llegado. El genio militar
de Morelos no encontró posible recurso
para salvar la situación. Morelos iba
ya sin caballo, en la espesura de la selva,
cuando en un claro se encontró con el
realista Matías Carranco. Morelos quedó
prisionero. Al aprehensor se le concedió
el Sello de las Armas Reales y lució
una leyenda que decía: “5 de noviembre
de 1815”.
El proceso
Morelos fue conducido a México. Junto con
él fue el cura José María
Morelos, capellán del ejército insurgente.
La comitiva se detuvo en Tlalpan donde durmió
el prisionero. Al día siguiente llegaron
a México los guardianes y el preso a quien
encerraron en una celda de la Ciudadela.
Se instruyó el proceso en el que tomaron
parte el Consejo de Guerra y el Tribunal de la
Inquisición. Durante las reuniones del
proceso no se escatimaron las acciones más
humillantes y dolorosas para Morelos. Pero su
entereza no decayó. Era el mismo héroe
de las grandes luchas por la Independencia de
México.
El sacrificio
En un coche a las seis de la mañana del
22 de noviembre de 1815, abandonó Morelos
la ciudad de México. En el coche iban sus
guardianes y un cura que le prestaba sus auxilios
espirituales. Al pasar por la Villa de Guadalupe
Morelos pensó que ahí lo iban a
fusilar.
- Aquí me van a sacar; vamos a morir -
dijo a sus acompañantes.
Pero el coche siguió hasta San Cristóbal
Ecatepec, sitio designado para el sacrificio.
En San Cristóbal, bajó el prisionero,
se le introdujo en un cobertizo y se le ofreció
una taza de caldo. Llegaron varios sacerdotes
vecinos para ayudarle a bien morir. Morelos habló
de cosas indiferentes con el jefe encargado de
su custodia. En un momento éste le dijo:
- ¿Sabe usted a qué ha venido aquí?
- A morir - respondió Morelos.
- Tómese el tiempo que quiera - le contestó.
- Antes me fumaré un puro; es mi costumbre
- comentó Morelos.
Fumó despacio, tiró la colilla y
dirigiéndose a su guardián le dijo:
- Un abrazo; no hay que afligirse.
- ¡Señor General!
No quiso que lo vendaran y avanzó con torpeza
porque le pesaban los grillos de los pies. Le
habían atado los brazos con las correas
de los fusiles.
El oficial dijo:
- Hínquenlo aquí.
Morelos se hincó sin ayuda de nadie, de
espaldas a los soldados. Sonó la descarga
de cuatro fusiles y Morelos cayó aún
con vida. Le dispararon otra vez.
Un cura cubrió su cuerpo con la capa de
Morelos. A las cuatro de la tarde lo enterraron
en el cementerio de la parroquia de San Cristóbal.
Así nació a la gloria de México
don José María Morelos y Pavón,
héroe de la Guerra de Independencia.
Decreto de Morelos expedido en 1810
El bachiller don José María Morelos,
cura y juez eclesiástico de Carrásquaro,
Teniente del Excelentísimo señor
don Miguel Hidalgo, Capitán General de
la América, por el presente y a nombre
de su Excelencia, hago público y notorio
a todos los moradores de esta América,
el establecimiento del nuevo gobierno por el cual,
a excepción de los europeos, todos los
demás no se nombran indios, mulatos, ni
castas, sino todos se denominen americanos. Nadie
pagará tributo, ni habrá esclavos
en lo sucesivo y todos los que los tengan, serán
castigados. No habrá cajas de Comunidad,
y los indios percibirán la renta de sus
tierras como suyas propias. Todo americano que
deba cualquier cantidad a los europeos no está
obligado a pagársela; pero sí, al
contrario, el europeo, pagar, con todo rigor,
lo que deba al americano.
Propósitos de Morelos
Los historiadores han señalado cuáles
eran las ideas políticas de Morelos en
relación con el Congreso por él
promovido.
He aquí algunas:
1. Formar un núcleo insurgente capaz de
organizar las fuerzas rebeldes que no siempre
actuaban con unidad ni con disciplina.
2. Declarar, de modo terminante, la Independencia
de México.
3. Suprimir, en cualquier programa político,
el nombre de Fernando VII.
4. Crear y fortalecer la personalidad política
de México.
5. Legislar todo lo relativo al reparto de la
propiedad, a la supresión de la esclavitud
y de las castas.
6. Legislar de modo humano y justo la distribución
de los impuestos.
7. Establecer el régimen Republicano.
8. Declarar la igualdad, la libertad y el buen
gobierno al servicio del pueblo.
Morelos se dirige a los habitantes de Oaxaca
El 23 de diciembre de 1812 se dirigió en
estos términos a los habitantes de Oaxaca:
Las Cortes de Cádiz han asentado, más
de una vez, que los americanos son iguales a los
europeos, y para halagarnos más, nos han
tratado de hermanos; pero si ellos hubieran procedido
con sinceridad y buena fe, era consiguiente que,
al mismo tiempo que declararon su independencia,
hubieran declarado y nos hubieran dejado libertad
para establecer nuestro gobierno, así como
ellos establecieron el suyo.
Ya no hay España, porque el francés
se ha apoderado de ella; ya no hay Fernando VII
porque o él se quiso ir a su casa de Borbón
a Francia y entonces no estamos obligados a reconocerlo
por Rey, o lo llevaron a la fuerza y entonces
ya no existe. Y aunque hubiera un reino conquistado
le es lícito reconquistarse y a un reino
obediente le es lícito no obedecer a un
rey, cuando es gravoso en sus leyes.
Sentimientos
de la Nación
Algunas ideas que expuso Morelos en este célebre
documento que presentó al Congreso mexicano:
1. Que América es libre e independiente
de España y de toda otra nación.
2. Que la soberanía dimana del pueblo y
que sólo se deposita en sus representantes.
3. Que los poderes de la Soberanía se dividan
así: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
4. Que los empleos se otorguen sólo a los
americanos.
5. Que sólo se admitan extranjeros en el
territorio nacional aquellos que sean artesanos
y capaces de instruir a los nativos.
6. Que los extranjeros que vengan al territorio
no sean sospechosos de mala conducta o enemigos
de nuestra independencia.
7. Que las leyes deben ser superiores a los hombres.
8. Que las leyes que dicte el Congreso deben obligar
a constancia y patriotismo y sirvan para moderar
la opulencia y la indigencia y así se aumente
el jornal del pobre, mejorando, además,
sus costumbres, alejándolo además
de la ignorancia, de la rapiña y del hurto.
9. Que las leyes comprendan a todos, sin reconocer
cuerpos o personas de privilegio.
Principio y fin de la guerra de Independencia
La guerra por la Independencia de México
empezó el 16 de septiembre de 1810, con
el grito de Dolores (Guanajuato). Esta guerra
terminó el 27 de septiembre de 1821 con
la entrada a la ciudad de México del Ejército
Trigarante. La guerra duró once años
y once días.
Unas coplas populares de la época de Morelos
Rema, nanita, rema,
rema y vamos remando,
que los gachupines vienen
y nos vienen avanzado.
Por un cabo, doy dos reales;
por un sargento, un doblón;
por mi General Morelos
doy todo mi corazón.
Abreu Gómez, Ermilo. Morelos. Primera edición
en colección “Homenaje a Ermilo Abreu
Gómez”. SEP. México, 1985.
Sentimientos
de la Nación (texto completo)
HUMANISTAS
MEXICANOS
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